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Luminiscencia

Parece que el año más caótico a nivel mundial coincidió con uno de los mejores años de mi vida. ¿Señal o simple coincidencia? Señal, por supuesto. El 2016 nos gritó a la cara que todo ese cuento de la sociedad civilizada y progresista es una vil mentira que, aunque nunca nos la creímos del todo, nos esforzamos por mirar hacia otro lado para reconfortarnos en el dulce ensueño de la templada ignorancia. Este año nos confrontó para preguntarnos sin trabas, ¿sigues creyendo que todo está bien? Hoy, a semanas de terminar el año, decidimos mirarle de reojo para confesar tímidamente: “aguanta, ya entendí cómo está el pedo”. Y en esas andamos, “aguantando”.  Es gracioso que comience por remembrar todos estos episodios porque esto no pretende ser un análisis sociológico, político o metafísico. No es más que el testimonio de una chica cuyas más preciadas experiencias ocurrieron en el año en que el mundo recordará la muerte de Leonard Cohen, Fidel Castro, Juan Gabriel, Prince, Bowie y much
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Mi nueva semilla

Dejé atrás las excusas y la autocompasión para rozar el punto más álgido del arcoiris con mi lengua. Aprendí a navegar usando la dirección del viento a mi favor, para mecerme de un segundo a otro, al compás de una buena rola. Mientras fumo un cigarrillo, veo mis temores pasados perderse en cada exhalación. No es una sensación efímera, sino una verdad que retoña: la vida misma, repleta de magia y amor.  No estoy desconectada. Me entristezco y lleno de rabia al leer las noticias. Me hieren profundamente la injusticia, el maltrato, los prejuicios, la ignorancia, el odio, el egoísmo y nuestra ceguera pero, en los últimos días, las heridas han sanado, poco a poco, gracias al agua del mar. Esos dolores siempre han pesado, pero hoy me siento más liviana, plena e ingenuamente esperanzada. Sin más equipaje que un par de sueños en cada bolsillo, me levanté después de haber caído debilitada por lágrimas de añoranza, nostalgia, frustración y tristeza, y logré flotar en un aire impre

¿Y si aprendemos a amarnos?

¿En qué momento nos convertimos en fieles aduladores del dinero que dejaron de creer en el amor? No soy defensora del amor romántico (aunque fantaseé con algunas aspiraciones de dulce felicidad rosada), pero defiendo el amor como causa y como la vía más viable para lograr una existencia apacible en donde reine la tolerancia. La empatía es el primer paso para reconstruir este mundo que se nos hunde, cada día, un poco más. Pero, ¿cómo sentir empatía por alguien sino somos capaces de amar lo intangible? Me horroriza la gente que le profesa amor y fidelidad a una marca pero es incapaz de sentir compasión por los pueblos que sufren los estragos de la guerra, las minorías que son aplastadas y relegadas sin consideración alguna, por ese ex compañero de clase que vive en una perpetua esclavitud moderna o por esa vecina que siempre busca sacar plática porque en su casa nadie la escucha. No se trata de filosofar acerca de qué es el amor. Se trata de practicarlo como una lógica humana,

De cuando el nacionalismo tocó a la Casa Punky

Hace tiempo conocí a un grupo de chavales que emprendía el sueño que pasa por la mente de todo europeo (sí, me consta, conozco a todos los europeos y cada uno de ellos me lo ha confesado). Estaban por comenzar un viaje largo con la intención de recorrer toda América, de norte a sur, y México había sido su punto de encuentro. Un país lleno de folclor y surrealismo que los dejó con sabor a tabaco empaquetado, sonideros y un repertorio de comida poco ligera que los hizo pasar más de una mala noche con el estómago medio flojo.  Quizá les dejó mucho más, pero eso habría que preguntárselos y sería cosa de contar otra historia. La historia que yo quiero contar tiene que ver con una de sus asiduas veladas en lo que ellos llamaban la Casa Punky, un espacio pequeño decorado por toda especie de cuadros, en donde podías apreciar un Kahlo en medio de la Virgen María y un Budha. El departamento tenía una cocina y un baño modestos, y una pequeñísima sala que se separaba de la única habitación qu

Corazón de ave

Era domingo por la noche y la ciudad ni siquiera en ese momento estaba  en silencio. El ruido de las llantas se deslizaba sobre el cemento mojado para recordarle que seguía quieta, sin moverse. Completamente inmóvil y pasmada porque, para ese tiempo, su alma ya estaba a cientos de kilómetros lejos de ella y no hacía más que pensar en cómo podía alcanzarle.                 “11 A.M." Edward Hopper.   Le vio zafarse de su cuerpo en la boda de su prima. Toda su familia estaba reunida en el jardín, esbozando su mejor sonrisa para plasmar sus gestos en los pixeles que unos años más tarde les recordarían cómo lucían antes de envejecer. Se recordó de pequeña, cuando anhelaba enamorarse de una sola persona (para siempre), casarse, hacer una fiesta y continuar el ritual adquiriendo una modesta propiedad en una zona más o menos aceptable de la ciudad, un perro y un auto que los llevara a sus respetables oficinas, esos anhelados cubículos en los que se sentirían afortunados d

Fénix

Esta mañana desperté con una seductora canción resonando entre mis sábanas. Se coló por los pequeños espacios vacíos hasta arroparme suavemente en un reconfortante susurro que animaba mis ganas. Vi mis dolores aliviarse mientras reposaban en un columpio que los mecía hacía el pasado, que es donde pertenecen. El resonar de las cadenas me recordó que ese tiempo ha forjado el camino que he recorrido, y que cada paso ha fortalecido estos sueños que hoy cohabitan en mi corazón palpitante. "Tha dance of love" Leonid Afrémov Siento cada latido invadiendo mi pecho, cicatrizando los aprendizajes e inyectando de un júbilo esperanzador cada uno de las nuevas utopías que hoy se presentan llenas de colores extravagantes. A  lo lejos se vislumbra un horizonte optimista en donde nada es perfecto, pero todo es justo como debe ser y nada más. Lo afortunado y lo desafortunado conviven como naturalezas necesarias, y las discrepancias reinan en un mundo multicolor que reposa en la toler

Yupica Gaiano: tejiendo el ideal de una artvillage

                Imagina un colectivo de arte contemporáneo en el que se reúnen carpinteros, relojeros, ebanistas, torneros, científicos y artesanos textiles, en donde ningún quehacer es menos importante que otro, pues es la suma de los esfuerzos y los conocimientos individuales lo que posibilita la convivencia y la creación de una obra de arte en común. Esta es la forma en la que trabaja el colectivo Chameshiji, un proyecto en donde convergen conocimientos y habilidades de diversas disciplinas y oficios. Instalación de Chameshiji. Foto: Yupica Gaiano                 En sus obras utilizan materia orgánica y herramientas digitales como materia prima, por lo que no te sorprenda encontrarte unas gomitas azucaradas, fideos y  granos de arroz pegados con resina sobre algunas de las piezas. Esta técnica la aplican en Especiero , un monitor con lectores de movimiento que activa proyecciones parpadeantes y traslúcidas a través de los círculos de arroz que recubren su superficie, form