Me esfuerzo en olvidarte, pero el tatuaje de tu beso se aferra a mi nula voluntad. Duele hondo, como siempre pasó, pero mi cuerpo se ha hecho adicto a tu indiferencia. Ando por andar, no por mí sino por ti, para jugar a que todo es una coincidencia. Si te encuentro, quizá te mire de reojo por un minuto, o dos. Tal vez tú no me mires, pero estarás cerca, y los días de tu ausencia serán borrados, pues todo cobra sentido una vez más. Desesperanza, pues permaneces mudo, impávido ante mis súplicas, ante mi llanto, ante mi amor. No pude darme cuenta en qué momento te convertiste en una hostil estatua, una frígida estampa de aquél a quien repetidas veces llamé amor. Hoy sólo soy el fantasma de todo lo que creí, sin poder entregarme más, sin permitirme que duela menos. Cuantas veces me cuestiones, asentiré con silencio, pues en mí ya no hay palabras, ni brillo, ni alegría. Únicamente queda la añoranza, la idealización perpetua del ser magnífico, de ti, el único para mí. Me rehúso a en