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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Encuentro

He vivido las 72 horas más surrealistas que alguna vez se me hayan podido antojar. Tuve mil sensaciones. De las más diversas y locas. Preocupación; tristeza, melancolía, culpa, felicidad, enamoramiento, agradecimiento, inspiración, soledad, plenitud y mil y una más que, al igual que Grenouille, sencillamente no se pueden describir porque, algunas veces, éste y todos los lenguajes nos resultan insuficientes para expresar ese no-sé-qué-que-qué-sé-yo. Me ocurrieron desde “discusiones” con el chofer del transporte escolar; bromas al jefe de mi área; tristeza profunda licuada con un poco de melancolía y reproche; un peculiar patriotismo resurgido con-tintes de-cambiar-el-mundo (y sino el mundo, al menos sí éste que yo habito: mi mundo); y una soledad tristísima que al poco rato me sentó de lo mejor. Siempre le he tenido un profundo miedo a estar sola. Me aterra la idea de aventurarme por cualquier paisaje urbano sin más que mi alma. A veces suelo acompañarme de mi voz, ese ti

Reproche

Cuando despertó, le bastó recordar -en milésimas de segundos- las circunstancias recientes para desdibujar la sonrisa matutina que le gusta vestir a diario. Sintió que era uno de esos días en los que las cosas no pueden salir peor. Grave error. La nubosidad de la mañana le hizo creer que nada de eso podía estarle pasando. ¿Por qué a ella? ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué? ¿Por qué? No hacía más que recorrer las posibles respuestas, hasta el más recóndito pasaje de los recuerdos, cualquier indicio que le diera un poco de calma. Nada.  Comenzó por alimentar la memoria, aquellos momentos en que, si no era la más dichosa, al menos reía más veces de las que lloraba. Se reprochaba el haber dejado ir aquellos instantes, el haberlos cambiado por algo incierto. Pero así era esto. Después de todo, de nada se arrepentía. Sabía que cada decisión la había tomado, como dicen por ahí, “con el corazón en la mano”. Tampoco le servía culpar al destino de su mal, pues siempre había pensado que cada