Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2011

Un instante robado al tiempo

Hoy tuve una de esas noches solitarias en las que el tiempo cobra la forma de un cigarrillo para consumirse lentamente en mis labios. Suelo disfrutar en demasía el aire frío que precede al invierno. Se me figura un viento nostálgico, un huésped que se convierte en anfitrión y nos brinda un momento con nosotros mismos.  Unas cuadras antes de llegar a casa, ese viento se precipitó contra mi rostro y me instó a detenerme un momento. Sin tomarme un segundo para pensarlo, entré a la cafetería, compré un café y un par de cigarros. Caminé muy poco, sólo lo que me requirió para hallar un sitio en donde sentarme. Una vez instalada, y después de haber encontrado la posición más cómoda para mis piernas, encendí uno de los cigarrillos y fijé mi mirada en un punto más o menos lejano. Ahí, sentada y a la media luz de una luna menguada, pensaba en la inmensidad y en la nada, en el infinito, en el tiempo, ese tiempo que es de todos y que no se encuentra en nadie, ese tiempo que es uno mismo

SIRENA

Desde lejos se apreciaba un punto rojo, ínfimo pero intenso. S e acercaba más y más con paso calmado y elegante. Al principio sólo se vislumbraba una figurilla esbelta y delicada, una silueta poseedora de una espléndida cabellera escarlata. Rizos escarlata que enriquecían la beldad más prodigiosa que hubiera imaginado.  Se aproximaba hacia mí, despacio pero con cierto ritmo implacable. Me dio la impresión de que en ese momento nada la hubiera podido detener en su camino. Parecía que danzaba, que fluía o que quizá flotaba livianamente con el aire. Su paso etéreo era imperceptible a la vista humana, era como un espíritu de luz, un alma resucitada en el más exquisito estado de paz, un ente que regresaba de algún paraíso terrenal porque aún tenía una cuenta pendiente en el mundo de los vivos.  Pronto sentí su ineludible proximidad. A unos cuántos metros su silueta entera salió del difuminado espumoso que la envolvía y, los rasgos que apenas revelaban su belleza, pasaron a e

Recuerdo de un amor

Eres tú acaso ese que habita mi alma, dentro de un silencio absoluto, abrumador, aquél recuerdo furtivo de nosotros, aquél te amo que alguna vez enunciamos Eres tú acaso aquél que ha sellado mis labios, y que, perpetrando mi cuerpo, le ha abandonado. Un tímido sollozo queda de él, de ese cuerpo desnudo, sin cobijo, sin ansía ni amor y sin ti Eres tú acaso aquél que me decía palabras hermosas, quien me elevaba en el acto del amor para luego apartarme con su indiferencia, llena de su ausencia, llena de temor por su partida. Eras tú quien tenía en su poder mi mente y mi alma, eras tú quién tenía el control que da el amor, ese amor sin condición a merced del amor dominante, del amor despiadado que sublima y desgarra con igual fuerza Eras tú, siempre fuiste tú quien me llenaba la vida, para después arrancarme el aliento con su abandono, tú mi presente y mi sueño futuro, mi inicio y fin, tú, quién podía encenderme y apagarme las ganas de amar.

Cuento de una noche

No puedo dormir. Apenas logro cerrar los ojos y mis pupilas se esfuerzan pérfidamente para ver a través de mis párpados para así encontrarse con la opacidad de mi habitación. A estas horas parece otro sitio. Uno más interesante que el insípido cuarto color mamey y lleno de motivos cursis tan característicos de mí. Lo noche le sienta bien. El halo de luz que se infiltra por la ventana apenas logra rozar la esquina del escritorio para terminar moribundo en el piso recién encerado. Parece un jovencito, puberto y ávido de ver las piernas de las niñas bajo esas faldas de colegialas y que, por pena, apenas se atreve a mirar de reojo.  Es un ladronzuelo que me roba la oscuridad de la noche. Esa noche que usualmente me promete paz, sueños, pesadillas, o cualquier otra especie de mutación onírica similar. Estoy tendida hacia arriba, con los brazos extendidos sobre mi cabeza, extravagantemente extendida, como si alguien fuera a sacrificarme.  He de llevar poco más de un