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Mostrando entradas de 2014

Yupica Gaiano: tejiendo el ideal de una artvillage

                Imagina un colectivo de arte contemporáneo en el que se reúnen carpinteros, relojeros, ebanistas, torneros, científicos y artesanos textiles, en donde ningún quehacer es menos importante que otro, pues es la suma de los esfuerzos y los conocimientos individuales lo que posibilita la convivencia y la creación de una obra de arte en común. Esta es la forma en la que trabaja el colectivo Chameshiji, un proyecto en donde convergen conocimientos y habilidades de diversas disciplinas y oficios. Instalación de Chameshiji. Foto: Yupica Gaiano                 En sus obras utilizan materia orgánica y herramientas digitales como materia prima, por lo que no te sorprenda encontrarte unas gomitas azucaradas, fideos y  granos de arroz pegados con resina sobre algunas de las piezas. Esta técnica la aplican en Especiero , un monitor con lectores de movimiento que activa proyecciones parpadeantes y traslúcidas a través de los círculos de arroz que recubren su superficie, form

Rumbo: Alaksa

Tuvo que ser en Mazunte y con un mojito de por medio mi primer encuentro con Chechu Berlanga. No pudo haber sido de otra forma. Cuando me contó de su odisea “Rumbo a Alaska”, en la mirada se le aglomeraban un montón de alborotadas ideas. Me pareció que era uno de esos locos extravagantes capaces de convertir un debate religioso en un carnaval. Un excéntrico amante de la vida, de esos que rara vez se ven en la calle pero que, en el fondo, siempre se espera encontrar en alguna parte. Chechu llegó a México más por capricho que por casualidad. Su hermano menor había sido invitado para tocar el piano en compañía de la orquesta nacional del Salvador, por lo que estuvo una semana grabando los conciertos de la Orquesta. Fue ahí donde se incubó la idea de grabar un pequeño clip de viaje: “El salvador experience”. El primer clip de lo que más tarde se convertiría en una serie de clips viajeros. De las tierras tropicales saltó al gélido Chicago, que lo recibía con veinte grados bajo ce

Hace mucho ruido aquí.

No sé cómo decirle a mi mente que regrese a este mundo. Era tremendamente apacible y luego se volvió loca. Saltó por la ventana y todo le importó un carajo. Debí advertir que esto pasaría. Su locura fue gradual. Empezó acercándose a la ventana. Me sacaba al balcón a empujones en busca de un toque y yo accedía. Pensé que quería dormir, o relajarse un poco, pero cada vez quiso más, así que buscó diferentes cosas.   Me exigió bailar, nada, correr. Un día se cansó y no la volví a levantar. Probó la salsa, el jazz, el belly, el folklore. Se aburrió. Intentó hacer yoga, correr, salir en bici… adoptó un perro. Se enamoró como una idiota. Se volvió idiota y adicta. ¡Era feliz! Pletórica en el sexo. Excitada con travesuras adolescentes, entusiasmada con estúpidos planes. Pero el mundo seguía cambiando y ella no podía ocultarlo. Se detuvo, lloraba. No sabía qué pasaba, nunca supe qué decirle. Lloraba, berreaba, y le gritaba a un Dios en el que no creía. Meditaba. Probó el ateísmo,

Infinitas disculpas

Perdón si te amé más de lo que tú me quisiste, perdona mi ingenuidad al creer en tus promesas, mi debilidad ante la certeza de tu desencanto, y mis besos ante tu ausencia. Perdón por haberte regalado mi alma, y no sólo mi cuerpo, como debí hacer, pero soy una mujer entera, soy cuerpo y  soy alma, y soy todo este amor que nunca te creíste. Perdón si me aferré a una verdad  en este mundo de mentiras, excusa a este ser entregado, infinito, rendido ante tus canciones de amor caduco. Perdón si no te creo que seas el mismo, pero no puedo aceptar que me enamoré de éste, sino de aquél,  el que fue y ya no es, porque este nuevo sólo tú sabes quién es.   Infinitas disculpas por estos versos  que ignorarás,  tú ve y sigue siendo este nuevo,  que yo me quedo con aquél viejo sueño,  porque nunca fuiste nada más. 

Tercer día.

Qué hay de esa suave colina que me vio nacer al alba. Dónde quedaron los grandes campos que nunca pude atravesar y dónde las siembras en las que vi nacer mi semilla… Devuélveme un poco de ese dulce rocío, de ese rayito de luz que contrastaba las siluetas hacia el dorado atardecer y se llevaba todas las palabras que había podido aprender. Siempre dejándome indefenso, sin articular,  sin habla y sin ganas. No he vuelto a mirar de esa forma, desde aquella vez que me arrancaste una mirada que fue para siempre. Y así eras tú: para siempre.  En mis líneas y entre mis pestañas, enredada en una promesa infinita. Mi promesa de un renacer que vio mis primeros pasos, a  punto de atreverme a correr. Pero quitaste tus manos para llevarlas hacia otro sitio y no volver la cara atrás. Nunca supe qué pensar, sólo podía atisbar que estaba lejos de toda realidad. No me cansaba de frotarme los ojos, obligándome a despertar, pero  la lluvia vino a desvencijar los recovecos que se aferrab

De camino a Punta Cometa

“The only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live,  mad to talk,  mad to be saved,   desirous of everything at the same time,  the ones who never yawn or say a commonplace thing,  but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles  exploding like spiders across the stars.” Jack Kerouac Conocí a Dean Moriarty sólo por casualidad. Emprendía mi primer viaje sola y, aunque no era demasiado tiempo, era algo nuevo para mí. Jack Kerouac llegó a mis manos por azar. O no. Había leído muy poco o nada acerca de los beat generation; después llegó a mí una bellísima cita de Kerouac; y, ya en la librería, donde buscaba algo suyo, un hombre que merodeaba me sugirió su novela “El Camino”, en donde habría de leer más tarde la misma cita que me había prendado unos días antes. Aunque compré el libro mucho antes, no lo leí sino hasta que llegó el día del viaje. La historia trata de un escritor cautivado por la excitante mente de su alocado amigo Dean Moriar

Frenesí

"Passion", Leonid Alfremov. Un buen día la mente nos juega un sucio truco: hemos empezado a vernos como dos figurines humanos, el uno contra el otro en una carrera infinita. Sólo dos guerreros en direcciones opuestas, tirando de la cuerda para complacerse en el autoelogio de ser el más fuerte. Ya ni siquiera vemos los mismos colores. Nuestros ojos han cambiado y no habremos de mirarnos otra vez igual. Con ese despojo del ego, con esa nobleza del alma, sólo dos chicos compartiendo sus juguetes, corriendo y dando centenares de saltos y giros. Con la sonrisa desbordante, imperante de luz, repleta de gozo. ¡Y vaya que nos miraban como a un par de locos! Y estábamos locos, locos por explotar, por tocarnos, por reír, y llorar, y gemir y rodar, y rodar sobre una pequeña colina de pasto. Y el suave rocío empapándonos el espíritu detonante, libre. Envueltos en papel picado de colores fosforescentes, y rebotando un himno de rock en deliciosas notas musicales cosquilleando