Hace tiempo conocí a un grupo de chavales que emprendía el sueño que pasa por la mente de todo europeo (sí, me consta, conozco a todos los europeos y cada uno de ellos me lo ha confesado). Estaban por comenzar un viaje largo con la intención de recorrer toda América, de norte a sur, y México había sido su punto de encuentro. Un país lleno de folclor y surrealismo que los dejó con sabor a tabaco empaquetado, sonideros y un repertorio de comida poco ligera que los hizo pasar más de una mala noche con el estómago medio flojo. Quizá les dejó mucho más, pero eso habría que preguntárselos y sería cosa de contar otra historia. La historia que yo quiero contar tiene que ver con una de sus asiduas veladas en lo que ellos llamaban la Casa Punky, un espacio pequeño decorado por toda especie de cuadros, en donde podías apreciar un Kahlo en medio de la Virgen María y un Budha. El departamento tenía una cocina y un baño modestos, y una pequeñísima sala que se separaba de la única habitación qu