Qué hay de esa suave colina que me vio nacer al alba.
Dónde quedaron los grandes campos que nunca pude atravesar y dónde las
siembras en las que vi nacer mi semilla…
No he vuelto a mirar de esa forma, desde aquella vez que me arrancaste
una mirada que fue para siempre. Y así eras tú: para siempre. En mis líneas y entre mis pestañas, enredada en una promesa infinita.
Mi promesa de un renacer que vio mis primeros pasos, a punto
de atreverme a correr. Pero quitaste tus manos para llevarlas hacia otro sitio
y no volver la cara atrás. Nunca supe qué pensar, sólo podía atisbar que estaba
lejos de toda realidad.
No me cansaba de frotarme los ojos, obligándome a despertar,
pero la lluvia vino a desvencijar los
recovecos que se aferraban a mis párpados. Y tu estampa salió volando con una
ligera corriente de aire. Aún no sé qué hacer con ese hedor a muerte.
Y me consuela pensar, que quizá sea el inicio de una nueva vida. Ese segundo de luz que se asoma a tejer un universo y comienza otro mundo, brotando de una montaña. Y más lejos, los valles y aquélla lejana colina...
"Separación" Edvard Munch |
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