He vivido las 72 horas más surrealistas que alguna vez se me hayan podido antojar. Tuve mil sensaciones. De las más diversas y locas. Preocupación; tristeza, melancolía, culpa, felicidad, enamoramiento, agradecimiento, inspiración, soledad, plenitud y mil y una más que, al igual que Grenouille, sencillamente no se pueden describir porque, algunas veces, éste y todos los lenguajes nos resultan insuficientes para expresar ese no-sé-qué-que-qué-sé-yo. Me ocurrieron desde “discusiones” con el chofer del transporte escolar; bromas al jefe de mi área; tristeza profunda licuada con un poco de melancolía y reproche; un peculiar patriotismo resurgido con-tintes de-cambiar-el-mundo (y sino el mundo, al menos sí éste que yo habito: mi mundo); y una soledad tristísima que al poco rato me sentó de lo mejor. Siempre le he tenido un profundo miedo a estar sola. Me aterra la idea de aventurarme por cualquier paisaje urbano sin más que mi alma. A veces suelo acompañarme de mi voz, ese ti...