Cuando despertó, le bastó recordar -en milésimas de segundos- las circunstancias recientes para desdibujar la sonrisa matutina que le gusta vestir a diario. Sintió que era uno de esos días en los que las cosas no pueden salir peor. Grave error.
La nubosidad de la mañana le hizo creer que nada de eso podía estarle pasando. ¿Por qué a ella? ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué? ¿Por qué? No hacía más que recorrer las posibles respuestas, hasta el más recóndito pasaje de los recuerdos, cualquier indicio que le diera un poco de calma. Nada.
Comenzó por alimentar la memoria, aquellos momentos en que, si no era la más dichosa, al menos reía más veces de las que lloraba. Se reprochaba el haber dejado ir aquellos instantes, el haberlos cambiado por algo incierto. Pero así era esto. Después de todo, de nada se arrepentía. Sabía que cada decisión la había tomado, como dicen por ahí, “con el corazón en la mano”.
Tampoco le servía culpar al destino de su mal, pues siempre había pensado que cada quien era dueño de ese destino, así como de su azar, y que, por ello mismo, todos se encontraban en el preciso sitio en donde querían estar. Ni más ni menos. Lo que vivía no era más que la consecuencia lógica de sus aciertos y de sus errores. No valía la pena quejarse, y mucho menos llorar, pero sentía que era lo único que le quedaba.
Rehacía paso a paso cada acción, cada decisión, cada persona que había transitado por su vida. Intentaba desesperadamente hallar un refugio. Un algo, un alguien o un donde que le diera cobijo, que le dijera: “todo estará bien”. De nueva cuenta, nada.
Le he dicho que no llore más. Que puede vaciar el caudal de lágrimas en el desierto más cercano y de poco le servirá. Creo que ha llorado tanto que ha rebasado el límite del consuelo. A veces me parece que sus lágrimas ya no son más que los restos de aquellas tantas que han desfilado por sus mejillas. Sombras que se repiten por una simulada inercia.
Le he dicho también que si sigue buscando, se quedará buscando por siempre. Ella sabe que la respuesta está frente a sus ojos; sabe que nadie vendrá a hacerla sentir lo que siempre ha deseado; que nadie dirá lo que desea escuchar; que nadie le dará lo que necesita. Sabe tantas cosas sin saberlas.
Si tan sólo pudiera escucharme. Si tan sólo se diera cuenta de que no necesita nada más que a sí misma para continuar.
Ojalá pudiera decírselo…
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