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Cupido

Los tulipanes se convirtieron en mis flores favoritas desde aquella noche en la que llegó con un ramo de ellos para robarme un beso. Nunca lo imaginé así. Fui incapaz de descifrar en su mirada toda la magia que albergaba dentro. 

Nuestra primera cita fue un encuentro inusual. Un tórrido romance pasional que sólo era posible de concebir si venía de dos amantes locos que tenían años amándose en secreto. Nunca reparamos en protocolos tontos ni cuestionamientos infantiles. No preguntamos qué nos gustaba hacer, qué música escuchábamos o en qué pasábamos nuestro tiempo libre. Ni siquiera gastamos tiempo vistiéndonos de pudor porque todos nuestros más íntimos secretos fueron revelándose de la única forma en la que podíamos hacerlo: viviendo juntos nuestro presente. 

 Desde la segunda vez que nos vimos nos tomamos de la mano con tal praxis que parecíamos haberlo hecho desde vidas pasadas. Ni qué decir al dormir. Nuestros cuerpos no conocieron momentos incómodos: la desnudez era nuestro estado natural. Mi cintura encajaba perfectamente contra su abdomen. Sus brazos rodeaban mi pecho con tal conocimiento que parecían huéspedes muy antiguos. De vez en cuando, a lo largo de la noche, despertábamos para reacomodar nuestras posiciones, no sin antes darnos un beso de aprobación. 

Desde el primer instante nos deseamos con tal fuerza que no pudimos hacer nada más que sucumbir a nuestros impulsos. Llegamos sin buscarnos. Llegamos tropezando, quizá, pero al final llegamos para encontrarnos. 

Dormimos juntos durante noches seguidas, y nos despertábamos con un beso de buenos días aun cuando ni siquiera teníamos un título de propiedad con el cual presentarnos ante los demás. Caminábamos tomados de la mano, reíamos, respetábamos nuestro silencio, nos perdíamos tratando de entender al mundo mientras mirábamos el atardecer. Un cigarro de desayuno, y después una caminata para emprender la búsqueda de nuestros alimentos y de alguna actividad pueril en la cual pasar el tiempo. 

No supe de qué manera sucedimos, ni me interesa saberlo. Lo único que sé es que nacimos del amor. Así, sin siquiera conocernos. Nacimos del amor sin siquiera entender qué es lo que hacíamos ni por qué ni para qué ni con qué pretexto. Las explicaciones nunca hicieron falta. Lo supimos aquélla tarde en la que teníamos que despedirnos del mar. Fue en año nuevo.

Estábamos los dos perdidos entre las dóciles olas. No he conocido un mar más amable que aquél que fue cómplice de nuestra declaración amor. Jugábamos a dejarnos para encontrarnos pasos después. Nuestros cuerpos se encontraron para no soltarse y supe que no había tenido un momento más maravillo en toda mi vida. Le expliqué que, si eso no era amor, entonces no sabía qué lo era. Lo dije con el corazón en las manos. Lo dije sintiéndolo en mis entrañas. Se sentía como un hermoso sueño pero éramos reales. 

Tuvimos una historia poco común y muy afortunada. No queríamos nada, y nada esperábamos cuando todo llegó. Así empezó nuestra pequeña historia. Así es como comenzó nuevamente mi vida.

[...]

"Cupido" Edvard Munch

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