No sé cómo decirle a mi mente que regrese a este mundo. Era tremendamente apacible y luego se volvió loca. Saltó por la ventana y todo le importó un carajo. Debí advertir que esto pasaría. Su locura fue gradual. Empezó acercándose a la ventana. Me sacaba al balcón a empujones en busca de un toque y yo accedía. Pensé que quería dormir, o relajarse un poco, pero cada vez quiso más, así que buscó diferentes cosas. Me exigió bailar, nada, correr. Un día se cansó y no la volví a levantar. Probó la salsa, el jazz, el belly, el folklore. Se aburrió. Intentó hacer yoga, correr, salir en bici… adoptó un perro. Se enamoró como una idiota. Se volvió idiota y adicta. ¡Era feliz! Pletórica en el sexo. Excitada con travesuras adolescentes, entusiasmada con estúpidos planes. Pero el mundo seguía cambiando y ella no podía ocultarlo. Se detuvo, lloraba. No sabía qué pasaba, nunca supe qué decirle. Lloraba, berreaba, y le gritaba a un Dios en el que no creía. Meditaba. Probó el ateí...