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Mostrando entradas de 2013

Parestesia

No somos escorzos de un artificial afecto, sino una utopía  sofocada por defecto Un embrión de fervor, de alucinación y de vida, de sueño y ardor, la semilla que germina Tú, mi principio mi pasión insana, la ilusión de un inicio, de un mejor mañana Hoy somos muerte, la deposición de lo etéreo, una flor inerte el fin del ensueño.

Delirio semental

Despertó con las pestañas enredadas entre sus cabellos. Estaba tumbado boca abajo y encima tenía el brazo moribundo de ella. Giró suavemente para incorporarse de la cama sin despertarla. Cuando logró zafarse de su peso se tomó un instante para mirarla. Le cautivó la apacible estampilla que aparecía ante sus ojos al verla dormir. Le dio la impresión de que parecía medio muerta. Tan imperturbable y perpetua. Emanaba un resplandor indescifrable, cautivador. La tez, abrillantada de un sudor casi imperceptible, consecuencia natural de las agitadas visiones nocturnas que aparecían en sus sueños, la hacía lucir ingenua y dócil. Su piel desnuda y erizada revestía una figura esbelta apoyada sobre su costado derecho. El descenso de la cadera a su cintura perfilaba una curva delirante. Sus senos desnudos eran perfectamente redondos y suaves. Esta escena postcoital siempre le había provocado un placer exquisito. Deslizó suavemente las yemas de sus dedos por toda su silueta, temeroso de de

Coraza

Nací con una absurda interrogante incrustada en el pecho. Mis primeros pasos resultaban ser tan testarudos que no podía entender cómo era que todos los demás caminaban con tanta facilidad. Caminaban, trotaban, corrían. Me resultaba aterrador tener que poner mis pies desnudos encima de una superficie fría cuya textura me provocaba una constante irritación. Mis pies se resistían a tocar la duela. Mi madre dejaba que gateara sin más. Yo prefería gatear porque, de esta manera mi cabeza no quedaba expuesta ante aquella aterradora multitud fantasmagórica. Prefería escurrirme entre las piernas de los demás y mirarles las piernecillas escuálidas. Noté que, sin importar si se trataba de un hombre de prominentes pectorales, las piernas eran siempre dos hilos que pendían de troncos absortos en las mieles del tumulto. Hiel, para mí. Me resultaba curioso observar las miradas extraviadas, ojos clavados en otros ojos cuya boca escupía palabrejas revueltas, huecas, vomitivas. Y las miradas la

Comunicado

Amor, Sé que soy absolutamente imperfecta. Sé que mis impulsos desmedidos me hacen iracunda, colérica y explosiva. Puedo pasar de la absoluta quietud a un desenfreno desmedido en cuestión de segundos. Estoy consciente de que mi actitud dispersa me hace caer en múltiples descuidos. Cada que encuentro oportunidad, me burlo de los errores de los demás y de toda incongruencia con la que me tope. Soy, además, vulnerable a todo tipo de insinuaciones, por más sutiles que parezcan. También suelo tomarme las cosas muy a pecho, por lo que, seguramente me sentiré “de más”  por cualquier comentario que perciba como agresivo. El contexto que me permea influye en mí de tal manera que termino mimetizando. Absorbo la vibra que me rodea cual esponja, por lo que mi estado anímico termina por ser sumamente volátil. Vivo permanentemente confundida, husmeando aquí y allá, cuestionando todo, quejándome de todo, percibiendo todo. Mi ser es fundamental y asquerosamente existencialista. Hasta la n

Síncope

Apenas escupe un grito ahogado, que le ultraja el tímpano, y le succiona los esquicios de un par de sueños pueriles. Le ha desdibujado la falsa sonrisa, desnundado la gélida careta que había imitado en el tortuoso vacío de la multitud. No es una falla en la retención de aquellos trozos de añoranza, ni autismo o melancolía, sino abulia; náusea, hastío. Lo asfixia la bruma de la superficie impregnada en un hedor terrenal, y coronada con el frenesí del caos. Luces, ruido y multitudes. A lo alto flota una negrura espesa que le nubla los sentidos, ennegreciendo su intuición, y distorsionando su raciocinio. Infame felicidad superflua que se vanagloria entre banderas y patriotismos huecos. Bendita ignorancia entonces. Es el peso del universo sobre el hombrecillo de barro, sosteniéndose sobre su costilla, flaqueando, sobreviviendo. "Cenizas" Edvard Munch   

Después de Paraíso, la calma.

¡Vaya mala suerte! No podía pensar en otra cosa más que en lo desafortunada que era. Dios me odiaba y quería que el mensaje me llegara fuerte y claro. Y lo había logrado. Se acercaba el 16 de septiembre, lo que en este país se traduce en un enorme: “Hoy hay fiesta y VIVA MÉXICO CABRONES” (no importa si nos estamos cayendo a pedazos), así que me pareció buena idea  aprovechar el puente y tomar unos días extra  para darme una escapada.             Robin y yo queríamos un lugar tranquilo para descansar y rockear a gusto. Nos decidimos por Playa Paraíso. Salimos un jueves a eso de las ocho de la noche. Nos fuimos en el auto de Robin. Nos cargamos de todo lo que necesitábamos: tanque lleno, buena música y mucho café.             Hicimos escala en Taxco. Llegamos sin saber que los caminos de aquél pueblo conducían a la cima del mismo infierno. Callejuelas ridículamente estrechas, de doble sentido, y en picada. Exploramos hasta llegar a una calle tan empinada que poco le faltaba

De vuelta a casa

Tengo todo este tiempo suspendido alrededor mío. Todas esas miradas clavadas en mi frente. Hace mucho tiempo que no duermo. Siento sus ojos clavados en los míos cual agujas. Tan feroces, tan precisas. Y aunque el efecto de la gravedad me mantiene clavada a este inmenso globo, apenas sé cómo desplazarme para no caer.      Antes de llegar aquí todo era más claro. Había una luz muy tenue y cálida que me rodeaba. Me sentía protegida permanentemente. No tenía noción de mi individualidad, ni del color de mis ojos ni mucho menos de la proporción de mi cuerpo. Existí por el mero placer de existir, y la exquisitez de la vida radicaba en la reflexión, mientras que la belleza recaía en el sentir.       Toda yo era un puñado de ideas en armonía. Mi existencia se concretaba al pensamiento. Me sentía libre… Un día desperté en medio de un cuarto sumamente oscuro. La luz se había ido para no volver. Me sentí extraña. Por primera vez sentí algo antes desconocido, por primera vez conocí lo

Retrato.

Otra vez el mismo sueño. Veo la punta de mis pies jugueteando entre ellas. Mis dedos apuntan al mar. Estoy sola. Descubro mis piernas enterradas en la arena. Sumerjo mis manos para sentir su textura áspera. Cojo un puñado de ésta, la levanto y la dejo a caer suavemente.      Me hace pensar en el paso el tiempo. Ni un solo grano de arena vuelve atrás. Ninguno vuelve a ser el mismo, y ninguno vuelve a estar en el mismo sitio. Pronto se acaba la arena y mi mano queda descubierta a contraluz. Me cubro de los rayos del sol mientras dibujo formas con las yemas de mis dedos. Mi vista queda descubierta y la luz deja en mí una sensación de ceguera. Cierro los ojos fuertemente.       Todo parece tan lejano, tan perfecto. La sensación de inmensidad que me provoca me hace sentir diminuta. Estoy como extraviada en el sitio en donde siempre deseé encontrarme. Pero no es fácil luchar contra el propio pensamiento. Quizá ayudaría el tener a alguien con quien charlar. Me ayudaría a escapar de

Emma

- ¿Es que no sabe usted que hay almas constantemente atormentadas? Necesitan sucesivaente el enseuño y la acción, las pasiones más puras, los goces más furiosos, y así se lanzan a toda suerte de fantasías, de locuras".  Madame Bovary. No había persona alguna en todo Yonville que siquiera sospechara el peso que cargaba aquella alma desbordante. De una delicadeza singular, elegante incluso en sus más íntimas maneras, resuelta y absolutamente encantadora. Ahí estaba Emma, sentada en el pequeño taburete rosado que daba frente a su refinado tocador tallado en madera recién barnizada. Solía tomarse un par de horas frente al espejo para reprocharse aquella terrible condición de abandono interno. Empezaba por observar las nuevas marcas que aparecían sobre su rostro como evidencia del tormento al que había sido sometida. No importaba lo natural de su sonrisa, siempre terminaban por delatarle. Después recordaba su felicidad más pura. Los años en los que había sido joven, esos años