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De vuelta a casa


Tengo todo este tiempo suspendido alrededor mío. Todas esas miradas clavadas en mi frente. Hace mucho tiempo que no duermo. Siento sus ojos clavados en los míos cual agujas. Tan feroces, tan precisas. Y aunque el efecto de la gravedad me mantiene clavada a este inmenso globo, apenas sé cómo desplazarme para no caer.

     Antes de llegar aquí todo era más claro. Había una luz muy tenue y cálida que me rodeaba. Me sentía protegida permanentemente. No tenía noción de mi individualidad, ni del color de mis ojos ni mucho menos de la proporción de mi cuerpo. Existí por el mero placer de existir, y la exquisitez de la vida radicaba en la reflexión, mientras que la belleza recaía en el sentir. 

     Toda yo era un puñado de ideas en armonía. Mi existencia se concretaba al pensamiento. Me sentía libre… Un día desperté en medio de un cuarto sumamente oscuro. La luz se había ido para no volver. Me sentí extraña. Por primera vez sentí algo antes desconocido, por primera vez conocí lo que significaba tener miedo. 

     Todo empezó a moverse, y mi miedo comenzó a crecer de forma proporcional conforme la situación empeoraba. A lo lejos se abrió una puerta donde también había una luz, pero esta vez era muy distinta. Pronto las paredes comenzaron a cerrarse, comprimiendo mi cuerpo. Se me dificultaba respirar. Las paredes no cesaron de contraerse hasta que lograron empujarme. Me empujaban sin cesar. 

     Puse toda mi fuerza para regresar al sitio en donde siempre había estado pero la fuerza de estos muros era verdaderamente mayor a la mía. Me dirigía hacia la puerta: me estaban expulsando de mi hogar. 

     Por fin salí. La intensidad de esta nueva luz me cegó por completo. Sentí cómo me recibían unas manos extrañas. Abrí los ojos y sentí todas esas miradas insertas en mi mirada. Me sentí expuesta, vulnerable. Y, ese miedo que había conocido hace apenas unos instantes, se apoderó de nuevo de mí por completo. Me sentí perdida, me olvidé de mí y de lo que era. Cerré los ojos muy fuertemente, queriendo volver al lugar a donde pertenecía, pero sabía que nada volvería a ser igual. Comencé a llorar. 

     Hoy atravieso algo parecido. Nadie me preguntó si quería venir a este lugar. Nadie habló de lo complicado que sería querer regresar a mi hogar. Nadie sabe quién era yo antes de llegar a este mundo, y menos aún de quién soy en este. Sin embargo todos creen tener derecho a juzgarme y opinar sobre lo que desconocen por completo. 

     Han pasado veintitrés años y sigo sin encontrar el camino de regreso. He caminado poco, pero en diferentes direcciones. En cada lugar nuevo encuentro un poco más de lo mismo. He dibujado las rutas que he cruzado para no repetirlas. También me he hecho esta bitácora para tener noción de los pasos y las personas equívocas.

     Quizá es difícil regresar a casa porque no puedo recordar cómo era. No puedo recordar siquiera quién era yo antes de venir aquí, pero lo que sí recuerdo es cómo se sentía, y se sentía muy bien estar a salvo de todas esas miradas a las que me arrojaron. 

     Cuando era pequeña no recordaba nada de mi vida anterior. Me sentía satisfecha con mi entorno. Gradualmente me enseñaron algunas formas de hacer las cosas, algunas reglas con las que había que cumplir, y ciertas conductas que, al parecer, tenían que repetirse de forma irremediable. Me enseñaron una forma de vivir mi vida. 

     Crecí y descubrí que había otras formas de hacer las mismas cosas, otras reglas y otras conductas. Recordé entonces cómo era todo unos años atrás, hasta que mi esfuerzo se hizo tan intenso que, de pronto, recordé más allá de lo que esperaba recordar… 

     Así fue cómo me encontré. Me encontré distinta, lejana, y libre. Por vez primera me miré al espejo enamorada de mi esencia, mirándome el alma y deshaciéndome del yugo con el que la materialidad sofoca el espíritu. Cobré noción de quién había sido yo y de cómo era la vida antes de esta vida. 

    Un esclavo que nació esclavo no puede añorar ser libre, porque no conoce lo que es la libertad, sino que tiene una mera noción de lo que puede ser, mas no tiene la melancolía del recuerdo que alimenta la esperanza. No puedes pedirle al viento que deje de correr, así como no puedes pretender que el sol algún día deje de brillar porque, cuando eso suceda, entonces habrá muerto. 

     Quizá es esa la razón por la que, cada que veo al sol allá arriba, tan brillante, tan magnífico, no puedo hacer nada más que pensar en que cada vez que tropiezo estoy más cerca de encontrar el camino de regreso a casa.


Danae. Klimt.



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