¡Vaya mala suerte! No podía pensar en otra cosa más que en lo desafortunada que era. Dios me odiaba y quería que el mensaje me llegara fuerte y claro. Y lo había logrado. Se acercaba el 16 de septiembre, lo que en este país se traduce en un enorme: “Hoy hay fiesta y VIVA MÉXICO CABRONES” (no importa si nos estamos cayendo a pedazos), así que me pareció buena idea aprovechar el puente y tomar unos días extra para darme una escapada. Robin y yo queríamos un lugar tranquilo para descansar y rockear a gusto. Nos decidimos por Playa Paraíso. Salimos un jueves a eso de las ocho de la noche. Nos fuimos en el auto de Robin. Nos cargamos de todo lo que necesitábamos: tanque lleno, buena música y mucho café. Hicimos escala en Taxco. Llegamos sin saber que los caminos de aquél pueblo conducían a la cima del mismo infierno. Callejuelas ridículamente estrechas, de doble sentido, y en picada. Exploramos hasta llegar a una calle tan empinada que poco le faltaba