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Mostrando entradas de diciembre, 2013

Parestesia

No somos escorzos de un artificial afecto, sino una utopía  sofocada por defecto Un embrión de fervor, de alucinación y de vida, de sueño y ardor, la semilla que germina Tú, mi principio mi pasión insana, la ilusión de un inicio, de un mejor mañana Hoy somos muerte, la deposición de lo etéreo, una flor inerte el fin del ensueño.

Delirio semental

Despertó con las pestañas enredadas entre sus cabellos. Estaba tumbado boca abajo y encima tenía el brazo moribundo de ella. Giró suavemente para incorporarse de la cama sin despertarla. Cuando logró zafarse de su peso se tomó un instante para mirarla. Le cautivó la apacible estampilla que aparecía ante sus ojos al verla dormir. Le dio la impresión de que parecía medio muerta. Tan imperturbable y perpetua. Emanaba un resplandor indescifrable, cautivador. La tez, abrillantada de un sudor casi imperceptible, consecuencia natural de las agitadas visiones nocturnas que aparecían en sus sueños, la hacía lucir ingenua y dócil. Su piel desnuda y erizada revestía una figura esbelta apoyada sobre su costado derecho. El descenso de la cadera a su cintura perfilaba una curva delirante. Sus senos desnudos eran perfectamente redondos y suaves. Esta escena postcoital siempre le había provocado un placer exquisito. Deslizó suavemente las yemas de sus dedos por toda su silueta, temeroso de de

Coraza

Nací con una absurda interrogante incrustada en el pecho. Mis primeros pasos resultaban ser tan testarudos que no podía entender cómo era que todos los demás caminaban con tanta facilidad. Caminaban, trotaban, corrían. Me resultaba aterrador tener que poner mis pies desnudos encima de una superficie fría cuya textura me provocaba una constante irritación. Mis pies se resistían a tocar la duela. Mi madre dejaba que gateara sin más. Yo prefería gatear porque, de esta manera mi cabeza no quedaba expuesta ante aquella aterradora multitud fantasmagórica. Prefería escurrirme entre las piernas de los demás y mirarles las piernecillas escuálidas. Noté que, sin importar si se trataba de un hombre de prominentes pectorales, las piernas eran siempre dos hilos que pendían de troncos absortos en las mieles del tumulto. Hiel, para mí. Me resultaba curioso observar las miradas extraviadas, ojos clavados en otros ojos cuya boca escupía palabrejas revueltas, huecas, vomitivas. Y las miradas la