Despertó con las
pestañas enredadas entre sus cabellos. Estaba tumbado boca abajo y encima tenía
el brazo moribundo de ella. Giró suavemente para incorporarse de la cama sin despertarla.
Cuando logró zafarse de su peso se tomó un instante para mirarla.
Le cautivó la apacible
estampilla que aparecía ante sus ojos al verla dormir. Le dio la impresión de
que parecía medio muerta. Tan imperturbable y perpetua. Emanaba un resplandor
indescifrable, cautivador. La tez, abrillantada de un sudor casi imperceptible,
consecuencia natural de las agitadas visiones nocturnas que aparecían en sus
sueños, la hacía lucir ingenua y dócil.
Su piel desnuda y
erizada revestía una figura esbelta apoyada sobre su costado derecho. El
descenso de la cadera a su cintura perfilaba una curva delirante. Sus senos
desnudos eran perfectamente redondos y suaves. Esta escena postcoital siempre
le había provocado un placer exquisito.
Deslizó suavemente las
yemas de sus dedos por toda su silueta, temeroso de despertar la imagen del
cadáver, objeto de su excitación. No era ella quien le cautivaba. No era su
esencia y su vida lo que le apasionaba. Era su sueño, su silencio. Era su
muerte lo que lo volvía loco.
El contacto de sus manos
sobre su cuerpo frío le provocó una inminente acumulación de sangre caliente
que lo enloquecía. Su fragilidad aparente desató en él unas ganas irrefrenables
por poseerla de una manera brutal, sin compasión.
Sus manos se
dirigieron hacia el cuello de ella y comenzaron a oprimirlo suavemente. Al
verla despertarse asustada no pudo hacer más que apretarla más fuertemente. Sus
ojos desorbitados no entendían qué estaba pasando. Sus manos luchaban por
desprenderse de las manos que la amenazaban.
Él sintió un horror tan
placentero que no le permitía detenerse. El deleite desconocido de aquella escena
inexplorada lo hizo querer dominarla. Manipuló su cuerpo de la manera más
brusca que pudo, aprovechó su desconcierto para llevarla ante el espejo y
obsequiarle esa imagen de ella como un objeto.
Frente al espejo
ella no pudo hacer nada más que llorar, extraviada en un mal sueño del que no
lograba despertar. Las lágrimas de ella eran como pequeños trofeos para él. Por
fin sentía su completo poder sobre algo sobre alguien que le amaba.
Sosteniéndola fuertemente,
comenzó a recorrerle el cuerpo con la lengua. A enmarañarle los cabellos revueltos
sobre el rostro. Desquiciado de excitación, la hizo suya, penetrando su cuerpo
cansado de forma insaciable. Él, adentro de ella, una y otra vez, hasta verla
exhausta. La cargó sobre sus brazos y la dejó tendida sobre la cama, sin vida.
Y más suya que nunca.
Sexual act, study. Schiele. |
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