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Mostrando entradas de marzo, 2010

A veces me gustaría que este mundo fuera diferente

A veces me gustaría estar parada en medio de una avenida A veces quisiera gritar en el metro. A veces se me antoja comer helado napolitano, con “emanems”, chocolate líquido, cajeta y un poco de leche. A veces me gustaría repartir besos. Sin protocolo, ni culpa, ni compromiso. A veces imagino que las pasarelas son de mujeres comunes, de cuerpos y belleza comunes A veces me gusta pensar que los noticiarios son pura ficción, y que los cuentos de hada son cosa de todos los días A veces desearía ponerme los calcetines en los brazos y una corbata de cinturón A veces imagino que el amor es más que una reacción química A veces me gustaría que la desnudez fuera la condición más natural A veces me gusta escuchar "y fueron felices para siempre" A veces me gustaría que un "te amo" bastara para recomenzar  A veces me gustaría que este mundo fuera diferente La llamada . Remedios Varo

Demencia noctámbula

Hoy que quise saltar y desviar el camino andado me di cuenta de que era mi último día. Veinticuatro horas para-ser-yo. Mañana seré alguien más. Es necesario idear un plan, el más aleatorio y absurdo que se me pueda ocurrir en un estado de consciencia permanentemente alterada. La regla es simple: mi plan es eludir todo plan.  Me gusta lo que he venido dibujando, el camino, los atajos que he tomado, las piedras con las que he tropezado pero, constantemente saboreo el anhelo de que el nuevo camino que esté próximo a mis pasos sea del todo irreal, con atajos que se conviertan en laberintos, con piedras que resulten ser papas parlantes.  Prefiero una irrealidad contradictoria, una vida irrisoria, tan terriblemente absurda que me cause una risa infinita que me haga llorar y, al final, desfallecer exhausta de tanta risa, de tanta estupidez. Quiero este mundo, el mío, no el de nadie más. Quiero estos pasos, la habitual testarudez, el descalabro nocturno, la inmadurez imperti

Vals Nocturno

La noche no podía ser más espesa y su sopor era casi insoportable. Dentro de la habitación una pausa prolongada nos convertía en dos extraños sentados al borde de la cama. En un punto perdimos la cuenta del tiempo y desechamos la querella que había antecedido a nuestro mutismo.  Nuestras miradas se entrecruzaron, nuestros ojos se buscaban desesperados pidiendo ayuda. Se convirtieron en cómplices. Silencio. Sin enunciar palabras decidimos pactar la reconciliación más dulce.  Tu mano tibia despejó mi frente, recogiste mi cabello hacia atrás y acercaste tus labios a mi rostro desnudo. Ambos irradiábamos una luz tenue, húmeda. Nuestros perfiles acompasaban a nuestros corazones acelerados.  Tu dedo recorrió mi mejilla, mis labios, mi cuello. Lentamente se desplazó hacia abajo, convirtiéndose en un vulgar ladrón que se escabullía dentro de mi blusa. En un instante comenzó a arrancarla de manera presurosa, ansioso por descender hasta un punto ínfimo.  Escindidos de toda mat

Rastro de una luciérnaga

Manuel Libres Librodo Jr. Para mí no eres aquella estatuilla varada en el tiempo, ni inmortal ni permanentemente esplendorosa. No eres la falacia que sugieren los cuentos de hadas, pues tu partida es constante. Apenas te he probado, bocado a bocado, pues sobrevienes después de un mal momento, pero tu sola llegada eclipsa los sinsabores. No te idealizo como la figura perfecta, o como ese estado total y pleno por el que tendría que vivir, pues la vida va más allá. Usas mi cuerpecillo a tu antojo, unas veces viviendo dentro de mí, evaporando las malas memorias, tatuando sonrisas… otras veces sólo te vas. Basta con el menor descuido y tu partida comenzará un juego más. Debe complacerte la idea de moldearme a tu semejanza, pues es la única manera en que puedo sentirte. Infinita belleza que irradia tu pequeño ser, tú en mí, con tu aroma impregnado en mis poros, llenándome de ilusiones pueriles, dispersando la tristeza, colmándome de ti. Es entonces cuando me haces saberme vi

Tú y yo

Es increíble verte hoy en medio de este espesor nocturno. Sorprendente distinguir tu silueta. No te pedí que volvieras pero aquí estamos. Tan absurdos, tan anónimos. ¿No te parece que somos dos desconocidos que juegan a seducirse una vez más? Tal vez sólo pretendemos ignorarnos de manera conjunta, acompañados de un orquestado silencio que nos embriaga, que nos confunde hasta ser uno mismo. Sí, esta noche somos uno solo. Ni tú ni yo, sólo alguien, alguien que juega a desconocernos, a traspasar nuestros cuerpos, a mezclar nuestras almas, a enunciar un único anhelo: el de pertenecernos una vez más. Cuando mi mente se vuelva a apropiar de mi cuerpo, y ya no sea más tú y yo, ni nosotros, sino yo misma, me aseguraré de decirte que sí puedo vivir sin ti, es sólo que no es mi deseo...  La La despedida. Remedios Varo