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Rastro de una luciérnaga

Manuel Libres Librodo Jr.
Para mí no eres aquella estatuilla varada en el tiempo, ni inmortal ni permanentemente esplendorosa. No eres la falacia que sugieren los cuentos de hadas, pues tu partida es constante. Apenas te he probado, bocado a bocado, pues sobrevienes después de un mal momento, pero tu sola llegada eclipsa los sinsabores. No te idealizo como la figura perfecta, o como ese estado total y pleno por el que tendría que vivir, pues la vida va más allá.

Usas mi cuerpecillo a tu antojo, unas veces viviendo dentro de mí, evaporando las malas memorias, tatuando sonrisas… otras veces sólo te vas. Basta con el menor descuido y tu partida comenzará un juego más. Debe complacerte la idea de moldearme a tu semejanza, pues es la única manera en que puedo sentirte.

Infinita belleza que irradia tu pequeño ser, tú en mí, con tu aroma impregnado en mis poros, llenándome de ilusiones pueriles, dispersando la tristeza, colmándome de ti. Es entonces cuando me haces saberme viva, y entonces soy tú.

La gente suele apodarte ‘felicidad’, y con ello te convierten en un estado, impasible, inamovible. Suelen llamar a tu rastro como un vano placer, alegría o júbilo, pero para mí sólo eres una bella luciérnaga furtiva. Y es justo la inclemente fugacidad de tu presencia lo que te hace sublime.

Después de todo, sabes que espero y esperaré por ti… desde siempre y para siempre, sin importar que ‘siempre’ se convierta en mi eterna esperanza.

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