Otra vez el mismo sueño. Veo la punta de mis pies jugueteando entre ellas. Mis dedos apuntan al mar. Estoy sola. Descubro mis piernas enterradas en la arena. Sumerjo mis manos para sentir su textura áspera. Cojo un puñado de ésta, la levanto y la dejo a caer suavemente.
Me hace pensar en el paso el tiempo. Ni un solo grano de arena vuelve atrás. Ninguno vuelve a ser el mismo, y ninguno vuelve a estar en el mismo sitio. Pronto se acaba la arena y mi mano queda descubierta a contraluz. Me cubro de los rayos del sol mientras dibujo formas con las yemas de mis dedos. Mi vista queda descubierta y la luz deja en mí una sensación de ceguera. Cierro los ojos fuertemente.
Todo parece tan lejano, tan perfecto. La sensación de inmensidad que me provoca me hace sentir diminuta. Estoy como extraviada en el sitio en donde siempre deseé encontrarme. Pero no es fácil luchar contra el propio pensamiento. Quizá ayudaría el tener a alguien con quien charlar. Me ayudaría a escapar de mi propio pensamiento, o al menos lograría dejar de escuchar esa voz perpetua incrustada en mi cerebro. Quizá deba buscar a alguien. O tal vez sólo deba esforzarme para intentar detenerla. Por favor ¡haz que pare!
De pronto el ruido de una ola que rompe en la playa llama mi atención. Cobro consciencia de la soledad en la que me hallo inmersa. Intento incorporarme pero me doy cuenta de que la arena se ha convertido en una pasta pegajosa que inmoviliza mis pies. No puedo levantarme.
Grito, o al menos pienso que grito, y descubro que no existe voz alguna. Estoy convencida de que estoy gritando pero no logro escucharme. Siento el esfuerzo de mis cuerdas vocales en vano. Nada. Echo un vistazo alrededor en busca de ayuda. Nada.
Intento recordar por qué estoy en ese sitio pero ni siquiera sé de dónde vengo. No recuerdo mi nombre. No recuerdo mi rostro.
El sonido de un claxon se cuela por la ventana. Lo siguen un par de mentadas. Abro los ojos.
Me incorporo de la cama. Froto mis ojos ligeramente; me estiro, me resigno. Me levanto de la cama. Por un momento más me quedo mirando aquél cuadro impresionista. El mejor regalo que me haya podido hacer Leo. Vive obsesionado con Renoir...
Me parece tan perfecto. Las pinceladas gruesas logran destacar la textura de las olas de una manera casi grotesca. La gama de azules lo provee de una profundidad y una belleza espléndidas. Los tonos rojizos y amarillos del cielo se difuminan para formar un cielo amigable y pacífico. Nada es nítido completamente, todo se confunde con el resto.
Es un todo indivisible. Las olas no pueden despegarse de la playa, y la playa no existe sin la luz del sol que la desnuda. No hay líneas, sólo manchas. Parece ser un silencio desesperado. Es tan apacible y tan intenso a la vez...
Leo dice que el impresionismo no es más que un cuadro de destellos, pequeños puntos de luz grabados en nuestra memoria para recordarnos un instante. Veo el detalle del color. Aprecio el efecto de luz y descubro una leve silueta escondida entre los brochazos color café que se sitúan al fondo. No parece ser parte de éstos. Es más grisácea que café; en realidad está un poco separada pero no parece tener forma humana.
Podría jurar que ese detalle no estaba...
Renoir.
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