No sé cómo decirle a mi mente que
regrese a este mundo. Era tremendamente apacible y luego se volvió loca. Saltó
por la ventana y todo le importó un carajo. Debí advertir que esto pasaría.
Su locura fue gradual. Empezó
acercándose a la ventana. Me sacaba al balcón a empujones en busca de un toque
y yo accedía. Pensé que quería dormir, o relajarse un poco, pero cada vez quiso
más, así que buscó diferentes cosas.
Me exigió bailar, nada, correr.
Un día se cansó y no la volví a levantar. Probó la salsa, el jazz, el belly, el
folklore. Se aburrió. Intentó hacer yoga, correr, salir en bici… adoptó un
perro. Se enamoró como una idiota.
Se volvió idiota y adicta. ¡Era feliz! Pletórica en el sexo. Excitada con travesuras adolescentes, entusiasmada con estúpidos planes. Pero el mundo seguía cambiando y ella no podía ocultarlo. Se detuvo, lloraba. No sabía qué pasaba, nunca supe qué decirle.
Se volvió idiota y adicta. ¡Era feliz! Pletórica en el sexo. Excitada con travesuras adolescentes, entusiasmada con estúpidos planes. Pero el mundo seguía cambiando y ella no podía ocultarlo. Se detuvo, lloraba. No sabía qué pasaba, nunca supe qué decirle.
Lloraba, berreaba, y le gritaba a
un Dios en el que no creía. Meditaba. Probó el ateísmo, la wicca, el budismo,
el cristianismo, y luego lo esotérico. Cada vez se abrumaba más.De vez en cuando regresaba al
mundo. Volteaba a echar un vistazo y leía los mismos encabezados atroces en los
periódicos. Se enfermaba. Le daban náuseas. Vomitaba por las noches. Volvió a
fumar.
Cada vez le apetecía más la idea
de encenderse fuego y explotar en éxtasis en un antrucho barato. Perderse en
los sonidos, en el tumulto, y olvidarse de sí. Pero apenas comenzaban a
flotarle los dedos de los pies descalzos y se aterraba.
Veía rostros deformes, la música
sólo era ruido. Risas grotescas, muecas ridículas y miradas sin alma. Se
extraviaba en su mal viaje infinito y quería salir corriendo y refugiarse en un
cuarto de hotel para beber cerveza y tener una charla ligera. O llegar a su
casa y ver caricaturas.
Le placía olvidarse… pero cuando
se acordaba, regresaba para volverse loca. Se largó sola. Regresó y nunca fue
la misma. Algo muy horrible debió sucederle. O algo muy hermoso. Soltaba
pedacitos de discursos sin sentido. Evitaba los finales, no le gustaba la idea
de terminar algo.
Detestaba su mortalidad pero
temía profundamente su existencia en otras dimensiones. Buscaba el todo pero en el fondo deseaba la nada. Y entonces comenzaba a soñarse como una simple
humana cuyo más grande tesoro era verse rodeada de un verdor extravagante. Y
mirar al horizonte para reflejarse en las infinitas formas de las nubes, extendida sobre un cielo turquesa teñido por
pinceladas rojizas de luz de sol.
Y se aferraba a ese sueño, y a no despertar más que para servirse una taza de té caliente y comenzar otro día:
sembrando, cocinando, leyendo, cosechando y alimentando a sus animales. Y,
cuando oscureciera, saldría a sentarse sobre una mecedora para sentir la tibieza
del viento en una de esas noches de
verano.
Nada importaría ya, todas sus
posibilidades y sus existencias materiales se habrían evaporado en ese sueño.
Y se entregaría al delicioso somnífero del sopor nocturno, deleitándose en una alucinación en donde el verde pasto se inundaba por unas aguas tibias sobre las que
reposaba su cuerpo. Y flotaba ligera en ese instante, en ese espacio y en ese
tiempo en el que no se conocía a sí misma.
Pero siempre, al despertar, se quedaba
con un pedazo de cada uno de sus sueños. No hubo siquiera dos días en los que
me pareciera volver ver a la misma que una noche antes me había dado las buenas
noches. Aún así, permaneceremos juntas por mucho tiempo. Por todos los tiempos y en todos nuestros colores, despertándonos cada mañana para conocernos de nuevo, y volver a olvidarnos cada noche.
"The false mirror" Rene Magritte |
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