Ir al contenido principal

La persona menos esperada

Muchas son las personas que transitan a lo largo de nuestra vida. Pasan por en frente, obstruyen el paso, corren en direcciones opuestas, caminan detrás de nosotros o a nuestro lado. Tantos son los rostros con los que nos hemos topado que resulta imposible recordarlos todos. En medio de ese mundo de rostros desconocidos imagino y envidio en demasía la fortuna de aquellos a los que una persona ha llegado a sus vidas para cambiarles la mirada respecto al mundo que habitan. Sin duda he aprendido mucho de la gente de la que me he rodeado, pero no imagino acaso una sola persona que haya marcado mi existencia de forma tal que mi visión del mundo no haya sido la misma antes de que ella se cruzara en mi camino.

Qué maravilla ha de ser conocer a alguien que se convierta en tu cómplice en una forma inimaginable, indecible. Alguien distinto a un amigo, a un amor. Alguien con quién con compartir las delicias de lo profundo, de lo sencillo y cuya relación sea tan pura que ninguna diferencia o egoísmo humano pudiera estropear. 

Imagino a un compañero así: un hombre más o menos de mi edad con quien no existiera ninguna especie de romance malsano sino, simplemente, un deleite común en ambos, una necesidad de aprender de uno y de enseñar del otro. Una compañía espontánea que gusta de perderse en un laberinto palabras inventadas, reflexiones mundanas, y el gozo de lo simple. Alguien con quién compartir pequeños silencios, lecturas acompañadas por té y largas caminatas bajo la oscuridad, escabulléndonos del bullicio de lo superfluo. 

Quizá nunca logre encontrarle. Quizá haya que convertirme en el compañero platónico para poder así encontrar a la soñadora que se deleita al imaginarme. Qué difícil convertirse en lo que se busca en alguien más. Porque, ¿acaso nos buscamos en otros lo que no hemos encontrado dentro de nosotros mismos? A veces, sin duda. 

"The false mirror" René Magritte
No todos tenemos la fortuna de encontrar ese compañero, ese maestro que nos regresa a la vida enseñándonos lo muertos que estábamos. Germain tuvo esa suerte en sus deliciosas “Tardes con Margueritte”, de Roger Marie Sabine, una historia que narra cómo, a veces, la persona menos esperada se convierte en la persona  más indicada.

Se trata de la historia de una dulce viejecita cuya fragilidad física era tan evidente como su sabiduría. Una mujer cuyo gesto más noble fue tenderle la mano a un hombre  que se encontraba extraviado para introducirlo en el mundo de las letras: un mundo inagotable y exquisito que él veía inalcanzable.

Margueritte le abrió a Germain una puerta que lo llevó a descubrir algo que él era aún sin saberlo. Es una lástima que no todos compartamos la suerte de un hombre gentil que encuentra en la banca de un parque a la persona que llegó a enseñarle su propia vida con una nueva mirada. 

Podrán argumentar que esta  no es la primera vez que se aborda una trama así y tendrán razón, pues la idea no es nueva pero ¿qué lo es?. Ya hace algunos años había leído “Martes con mi viejo profesor”, de Mitch Albom, un relato que cuenta una anécdota similar, en donde un joven llamado Michael es conducido por uno de sus antiguos profesores, quien está a punto de morir, hacia una lección rutinaria en donde su profesor decide compartirle todas las enseñanzas que le costaron la vida misma y que, una vez viejo y a punto de morir, de poco servirían sino las transmitía a alguien a quien aún le restaran años por vivir, años valiosísimos en los que bien podría aplicar lo aprendido, pues para él ya era tarde…

Personas hay muchas. Vecinos, profesores, compañeros, amigos, padres, hermanos,  amores… Siempre habrá alguien con quién compartir alguna celebración, alguien a quién pedir un consejo o quien nos acompañe en nuestra soledad. Pero ¿cuántos son los que han decidido ser personas que dejen huella? ¿Cuántos son aquellos que se cruzan en nuestra vida y que, después de ellos, ya nada puede verse de igual forma? ¿Cuántos son aquellos que aún en la ausencia siempre se encuentran presentes en el corazón propio? Y no porque su recuerdo duela, o inflame el corazón en forma alguna, sino porque su solo recuerdo significa vida, significa amor. ¿Cuántos?


Les dejo el trailer de "Tardes con Margueritte", un filme altamente recomendable que se centra en lo subjetivo, en los detalles, en el alma de sus personajes y que ejemplifica la historia que les he contado líneas atrás de manera escueta. La segunda garantía está dada por Gerarde Depardieu.


Tardes Con Margueritte. Trailer

http://youtu.be/fkxGvX9wNLg


Comentarios

Entradas populares de este blog

Tercer día.

Qué hay de esa suave colina que me vio nacer al alba. Dónde quedaron los grandes campos que nunca pude atravesar y dónde las siembras en las que vi nacer mi semilla… Devuélveme un poco de ese dulce rocío, de ese rayito de luz que contrastaba las siluetas hacia el dorado atardecer y se llevaba todas las palabras que había podido aprender. Siempre dejándome indefenso, sin articular,  sin habla y sin ganas. No he vuelto a mirar de esa forma, desde aquella vez que me arrancaste una mirada que fue para siempre. Y así eras tú: para siempre.  En mis líneas y entre mis pestañas, enredada en una promesa infinita. Mi promesa de un renacer que vio mis primeros pasos, a  punto de atreverme a correr. Pero quitaste tus manos para llevarlas hacia otro sitio y no volver la cara atrás. Nunca supe qué pensar, sólo podía atisbar que estaba lejos de toda realidad. No me cansaba de frotarme los ojos, obligándome a despertar, pero  la lluvia vino a desvencijar los recovecos que se aferrab

Infinitas disculpas

Perdón si te amé más de lo que tú me quisiste, perdona mi ingenuidad al creer en tus promesas, mi debilidad ante la certeza de tu desencanto, y mis besos ante tu ausencia. Perdón por haberte regalado mi alma, y no sólo mi cuerpo, como debí hacer, pero soy una mujer entera, soy cuerpo y  soy alma, y soy todo este amor que nunca te creíste. Perdón si me aferré a una verdad  en este mundo de mentiras, excusa a este ser entregado, infinito, rendido ante tus canciones de amor caduco. Perdón si no te creo que seas el mismo, pero no puedo aceptar que me enamoré de éste, sino de aquél,  el que fue y ya no es, porque este nuevo sólo tú sabes quién es.   Infinitas disculpas por estos versos  que ignorarás,  tú ve y sigue siendo este nuevo,  que yo me quedo con aquél viejo sueño,  porque nunca fuiste nada más. 

Un placer conocerte...

Eso no está bien. Debes andarte con cuidado. ¿Pero que no te has dado cuenta de que…? Seguramente ni siquiera sabes lo que quieres. No sabes lo que dices. ¿Qué pregunta es esa? ¡Qué cosas dices! …. Sé que no me entiendes, y que no deseas hacerlo. Sé que el diálogo más extenso entre nosotras es un cuestionario matutino bastante protocolario, tal vez un "Buenos días" Y un "Cómo amaneciste". Aunque no me agrade la idea, así han sido las cosas. Cada vez que te diriges a mí lo haces para escupir reproches, alertas, reprimendas o consejos pero, al final, lo único que escucho es un ¡tú no sabes, yo sí! A veces sólo callo, porque intentar decir algo cuando una multitud enardecida grita resulta ser un patético esfuerzo que deviene en una frustración mayor. Sobra decir que eres tú esa multitud que se abalanza contra mí, esa masa amorfa que se dirige hacia donde estoy para inmovilizarme. Siempre estás ahí para interrumpirme, para decirme: ¡detente, no sab