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Tercer día.

Qué hay de esa suave colina que me vio nacer al alba. Dónde quedaron los grandes campos que nunca pude atravesar y dónde las siembras en las que vi nacer mi semilla…

Devuélveme un poco de ese dulce rocío, de ese rayito de luz que contrastaba las siluetas hacia el dorado atardecer y se llevaba todas las palabras que había podido aprender. Siempre dejándome indefenso, sin articular,  sin habla y sin ganas.

No he vuelto a mirar de esa forma, desde aquella vez que me arrancaste una mirada que fue para siempre. Y así eras tú: para siempre.  En mis líneas y entre mis pestañas, enredada en una promesa infinita.

Mi promesa de un renacer que vio mis primeros pasos, a punto de atreverme a correr. Pero quitaste tus manos para llevarlas hacia otro sitio y no volver la cara atrás. Nunca supe qué pensar, sólo podía atisbar que estaba lejos de toda realidad.

No me cansaba de frotarme los ojos, obligándome a despertar, pero  la lluvia vino a desvencijar los recovecos que se aferraban a mis párpados. Y tu estampa salió volando con una ligera corriente de aire. Aún no sé qué hacer con ese hedor a muerte.

Y me consuela pensar, que quizá sea el inicio de una nueva vida. Ese segundo de luz que se asoma a tejer un universo y comienza otro mundo, brotando de una montaña. Y más lejos, los valles y aquélla lejana colina...

"Separación" Edvard Munch

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