Era domingo por la noche y la
ciudad ni siquiera en ese momento estaba en silencio. El ruido de las llantas se
deslizaba sobre el cemento mojado para recordarle que seguía quieta, sin
moverse. Completamente inmóvil y pasmada porque, para ese tiempo, su alma ya
estaba a cientos de kilómetros lejos de ella y no hacía más que pensar en cómo
podía alcanzarle.
Le vio zafarse de su cuerpo en la
boda de su prima. Toda su familia estaba reunida en el jardín, esbozando su
mejor sonrisa para plasmar sus gestos en los pixeles que unos años más tarde les
recordarían cómo lucían antes de envejecer.
Se recordó de pequeña, cuando
anhelaba enamorarse de una sola persona (para siempre), casarse, hacer una fiesta
y continuar el ritual adquiriendo una modesta propiedad en una zona más o menos
aceptable de la ciudad, un perro y un auto que los llevara a sus respetables
oficinas, esos anhelados cubículos en los que se sentirían afortunados de tener
un empleo que los ayudara a pagar el enganche, los muebles, las tarjetas y
demás cadenas.
Pero justo en ese momento confirmó
sus sospechas, y supo que todo aquello había terminado por creérselo a fuerza
de repetición, pero en el fondo esa consigna nunca terminaría de hacerle
dichosa. Debió ser en ese momento que se le escapó el ánima a un bosque,
producto de su imaginación, amenazándole con no volver a ella si no seguían su
verdadero camino.
Larissa lo pensaba cada día,
cada noche, a cada momento. Sabía que no podría entregarse a una sola persona
toda su vida y que no podía esperar que nadie lo hiciera por ella; no esperaba
que alguien le amara de la misma forma en la que ella amaba ni mucho menos
con la misma intensidad; se creía incapaz de no sentirse a traída por más
hombres que su pareja y entendía que muchas mujeres más parecerían encantadoras
ante los ojos del hombre que permaneciera a su lado, por mucho que éste le
amara.
Detestaba la idea de levantarse
todos los días a la misma hora para salir y luchar contra los humores más
negros que se incubaban en horas y horas de tráfico y malos modales, todo para
llegar a una inmensa torre de cristal en la cual todos se convertían en ganado
al entrar en ella.
No concebía como viable el gastar
sus mejores años, y sus momentos más inspiradores, encerrada en el mismo sitio durante
meses para poder salir a respirar a la playa por una semana o dos y, peor aún, permanecer en ese mismo sitio durante años para poder pagar un departamento diminuto que la ataba a una
ciudad que año con año se expandía en número de habitantes, polución, individualismo,
histeria, desinterés y esquizofrenia. Mucho menos aún deseaba un estúpido auto.
Se rehusaba a mantener una máquina último modelo y enajenarse con ella año tras
año para desear una más veloz o, acaso, una más nueva.
Entendía que su familia era feliz
de esa forma y que su lucha era cumplir ese objetivo, pero sabía que ese sueño
le era ajeno, y que nada tenía que ver con el suyo. No deseaba un esposo fiel,
sino un compañero leal; no quería una casa inmóvil que le atara a una
renta, sino un hogar que fuera con ella a donde sea que deseara ir; y por
supuesto que no quería un auto, sino unos pies libres que la llevaran a
recorrer el mundo para alimentar de vida sus pupilas.
Larissa no quería una casa, un
auto, un esposo ni un trabajo seguro. Deseaba reconstruir sus ideas y todo lo que
conocía porque estaba convencida de que había algo más que eso. Estaba segura
de que era un ave, tímida y diminuta, extraviada en una gran ciudad, luchando por encontrarse un nuevo nido.
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