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Corazón de ave

Era domingo por la noche y la ciudad ni siquiera en ese momento estaba  en silencio. El ruido de las llantas se deslizaba sobre el cemento mojado para recordarle que seguía quieta, sin moverse. Completamente inmóvil y pasmada porque, para ese tiempo, su alma ya estaba a cientos de kilómetros lejos de ella y no hacía más que pensar en cómo podía alcanzarle.

                “11 A.M." Edward Hopper. 
Le vio zafarse de su cuerpo en la boda de su prima. Toda su familia estaba reunida en el jardín, esbozando su mejor sonrisa para plasmar sus gestos en los pixeles que unos años más tarde les recordarían cómo lucían antes de envejecer.

Se recordó de pequeña, cuando anhelaba enamorarse de una sola persona (para siempre), casarse, hacer una fiesta y continuar el ritual adquiriendo una modesta propiedad en una zona más o menos aceptable de la ciudad, un perro y un auto que los llevara a sus respetables oficinas, esos anhelados cubículos en los que se sentirían afortunados de tener un empleo que los ayudara a pagar el enganche, los muebles, las tarjetas y demás cadenas.

Pero justo en ese momento confirmó sus sospechas, y supo que todo aquello había terminado por creérselo a fuerza de repetición, pero en el fondo esa consigna nunca terminaría de hacerle dichosa. Debió ser en ese momento que se le escapó el ánima a un bosque, producto de su imaginación, amenazándole con no volver a ella si no seguían su verdadero camino.

Larissa lo pensaba cada día, cada noche, a cada momento. Sabía que no podría entregarse a una sola persona toda su vida y que no podía esperar que nadie lo hiciera por ella; no esperaba que alguien le amara de la misma forma en la que ella amaba ni mucho menos con la misma intensidad; se creía incapaz de no sentirse a traída por más hombres que su pareja y entendía que muchas mujeres más parecerían encantadoras ante los ojos del hombre que permaneciera a su lado, por mucho que éste le amara.

Detestaba la idea de levantarse todos los días a la misma hora para salir y luchar contra los humores más negros que se incubaban en horas y horas de tráfico y malos modales, todo para llegar a una inmensa torre de cristal en la cual todos se convertían en ganado al entrar en ella.

No concebía como viable el gastar sus mejores años, y sus momentos más inspiradores, encerrada en el mismo sitio durante meses para poder salir a respirar a la playa por una semana o dos y, peor aún, permanecer en ese mismo sitio durante años para poder pagar un departamento diminuto que la ataba a una ciudad que año con año se expandía en número de habitantes, polución, individualismo, histeria, desinterés y esquizofrenia. Mucho menos aún deseaba un estúpido auto. Se rehusaba a mantener una máquina último modelo y enajenarse con ella año tras año para desear una más veloz o, acaso, una más nueva.

Entendía que su familia era feliz de esa forma y que su lucha era cumplir ese objetivo, pero sabía que ese sueño le era ajeno, y que nada tenía que ver con el suyo. No deseaba un esposo fiel, sino un compañero leal; no quería una casa inmóvil que le atara a una renta, sino un hogar que fuera con ella a donde sea que deseara ir; y por supuesto que no quería un auto, sino unos pies libres que la llevaran a recorrer el mundo para alimentar de vida sus pupilas.

Larissa no quería una casa, un auto, un esposo ni un trabajo seguro. Deseaba reconstruir sus ideas y todo lo que conocía porque estaba convencida de que había algo más que eso. Estaba segura de que era un ave, tímida  y diminuta, extraviada en una gran ciudad, luchando por encontrarse un nuevo nido.







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