Eres libre de correr y olvidar,
puedes romper mis cartas,
o borrar mis letras,
pero las huellas de una historia:
la nuestra, la única,
aquella dentro de ti, es para siempre.
Bastó la caída inminente de una gota sobre el pavimento para desatar el comienzo del diluvio perfecto. Las calles permanecían solitarias y sin resguardo alguno. Parecía que era mejor dejarse empapar, fundirse con las gotas, ser el agua, y convertirse en el fantasma nocturno que habita la vaporosa lluvia.
Al día siguiente un resplandor iluminó la silueta perdida en medio de la nada. Reaparecieron los rastros de ceniza que dejó a su paso, las huellas que nunca fueron borradas, y él ahí de pie. Su presencia era sigilosa pero inminente.
Debió bastarme su mirada, pero continué persiguiéndolo hasta llegar a un punto confuso. Perdí toda noción de tiempo y espacio. Fue como disiparme en una burbuja suspendida en la nada: un todo perfecto sin manecillas ni dimensiones.
Su aliento tibio en mi oreja susurró una confesión casi ininteligible y, aún así, sabía que no había más que decir. Silencio. No necesité más. Aquél momento había de ser el pedazo de vida que no se describe, aquél que únicamente se vive de una manera y no de otra, de la única en la que puede ser vivido.... sin pensar, ni explicar o entender algo más.
Su vida en mí, un deseo en ambos... mi anhelo en su historia, y en su retorno. Sin más, pues la entrega total de una presencia desnuda, sin ataduras ni máscaras, aunque vulnerable, es total y eterna.
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