Llegamos tarde - muy tarde - y la rueda de prensa estaba por concluir. Aun así no llevábamos prisa, pues no había mucho que escuchar. Los fotógrafos amontonados se peleaban por conseguir la mejor imagen y ahí estaba ella, la reina del desfile al centro de una tarima sencilla que le iluminaba su rostro de angelito… de Victoria Secret. Dijo sus últimas palabras, un caluroso "thank you", una sonrisa y se fue. Todos salieron de prisa para conducirse al piso en donde daría lugar el glamuroso evento. Y ahí iba Candice Swanepoel, con su esbeltísima figura, alta y con un porte y una sensualidad tan intensa que no parecería una mujer de apenas 23 años. Y todos los demás, detrás de ella. Todos desalojaron prontamente la terraza. Mientras, nosotros nos detuvimos en la barra de comida japonesa para deglutir deliciosos platos de sushi, yakimeshi y, por qué no, un té de limón para acompañar.
Y ahí estábamos, sin prisa y como extraviados, como quien llega a un restaurante en busca de un sanitario y se queda para ver el menú del día porque recuerda que no ha comido. Comimos, bebimos e hicimos bromas estúpidas. Mi amigo Ache nos hizo probar guaca-jengibre. Casi vomito pero, a lo macho, tenía que probarlo, no me iba a rajar y dejar que pensara que soy una mariquita sin calzones.
En cuanto acabamos nuestros sagrados alimentos recordamos que teníamos que dirigirnos al desfile. ¡Claro! ¡La pasarela! Ahora todo tenía sentido, estábamos en Liverpool Polanco porque ese día era el Fashion Fest 2012 y no podíamos perdernos el desfile. Era nuestra obligación moral y social estar ahí, en primerísima fila. Ah, y era la chamba de Ache y Efus estar ahí, hacer entrevistas y, por supuesto, sacar fotografías fabulosas que describieran los maravillosos atuendos de la nueva temporada. Yo iba para apoyarles, echarles porras y como “aprendiz de fotógrafo” (o mejor dicho, como 'achichincle', como dicen en los barrios bajos).
Subimos y volvimos a llegar tarde. Por todos lados desfilaban hermosas mujercitas vestidas con sus mejores garrit... ropas. Faldas pequeñitas, cabellos largos perfectamente peinados y, la que menos aguante tenía, tacones de quince centímetros (mis zapatos de cinco centímetros son de chocolate porque yo iba en plan de “asistente profesional de fotógrafos” y eso lo justifica todo. TODO).
La gente se reunía en grupos de no menos de tres para retratarse, dar sus nombres, sentirse famosos y presumir sus fotografías en las páginas de sociales. Se paseaban como despistados, pero siempre con el trasero bien parado para no parecer ajenos al ambiente de glamour que imperaba en el recinto. Me reí de lo ridículo que parecía aquello, me parecía curioso ver cómo las mujeres se viboreaban entre sí y no pude evitar sentirme en un día domingo de pueblito en donde todas las muchachas se ponen guapas para agarrar novio alrededor del kiosko. Entre luces púrpura, cámaras de televisión, fotógrafos, perfumes, telas brillosas, perfumes variados y sonrisas fingidas, aquello parecía un delicioso circo. Exquisito.
Pasamos al área destinada para los fotógrafos, la cual ya se encontraba repleta pues todos habían corrido, entre empujones y palabras altisonantes, para apartarse un lugarcito, pues la chamba es la chamba, y hay que defenderla. Ache se enojó porque uno de sus adorados colegas le robó el lugar a la mala. Refunfuñó, se dijeron de cosas y cada uno se fue por su lado.
Luces, cámara, ¡ACCIÓN!. ¡Bailarinas al ataque! Pum, pum, tan, tan, tacatan ¡zaz! Inauguran la pasarela, saltan, se menean, se retuercen, se van.
¡Tantararam tantantantantararán! Fanfarrias. Luces, más luces. ¡Biridibaridibum!
Aparece Candice Swanepoel en un vestido de coctel azul turquesa (ni siquiera la Cenicienta se veía tan bien en su mejor noche). A pesar de los tacones altísimos parecía flotar. Ágil, ligera, tremendamente sensual y segura. Recorrió la pasarela en un expuesto deleite sustentado en la expectación de todos los ojos que la rodeaban (era la muchacha más cotizada de los días domingos en el kiosko). Se fue, vinieron todas las demás.
Luces, cámara, ¡ACCIÓN!. ¡Bailarinas al ataque! Pum, pum, tan, tan, tacatan ¡zaz! Inauguran la pasarela, saltan, se menean, se retuercen, se van.
¡Tantararam tantantantantararán! Fanfarrias. Luces, más luces. ¡Biridibaridibum!
Aparece Candice Swanepoel en un vestido de coctel azul turquesa (ni siquiera la Cenicienta se veía tan bien en su mejor noche). A pesar de los tacones altísimos parecía flotar. Ágil, ligera, tremendamente sensual y segura. Recorrió la pasarela en un expuesto deleite sustentado en la expectación de todos los ojos que la rodeaban (era la muchacha más cotizada de los días domingos en el kiosko). Se fue, vinieron todas las demás.
Amarillo, rojo, verde, azul, naranja, rosa y morado. Pantaloncitos entallados, colores chillones. Todas las modelos aparecieron en una formación similar a la publicidad de Benetton. Después vinieron en distintas gamas tonales Rojos sensuales, negros sobrios, marrones enigmáticos. Todos los colores que la mujer moderna necesitaba vestir en la nueva temporada. Más tarde vinieron telas satinadas y vestidos blancos para los mismitos ángeles.
En el clímax: unos esgrimistas montados sobre dos caballos blancos (pobres caballos, ¿ellos qué culpa tenían?). Y para cerrar con broche de oro: la supermodelo Candice Swanepoel arrasando con un vestido en tonos verdosos combinados con color marfil. Esplendorosa toda ella. El conductor se aproximó hacia ella, pidió un aplauso (vaya que se lo merecía pues no cualquiera nace así de bella). Todos aplaudieron. Digo, aplaudimos
En el clímax: unos esgrimistas montados sobre dos caballos blancos (pobres caballos, ¿ellos qué culpa tenían?). Y para cerrar con broche de oro: la supermodelo Candice Swanepoel arrasando con un vestido en tonos verdosos combinados con color marfil. Esplendorosa toda ella. El conductor se aproximó hacia ella, pidió un aplauso (vaya que se lo merecía pues no cualquiera nace así de bella). Todos aplaudieron. Digo, aplaudimos
Los fotógrafos guardaron sus lentes 500 mil ocho mil mm. Poco les importaba entender las palabras poco brillantes que pronunciara aquella mujer, bastaba con verle los… ojitos azules, azules, del color del mismito cielo. Además, tenían lo que necesitaban: la esencia del desfile, figuras perfectas portando prendas que despertarán las ganas de mujeres imperfectas por lucir igual de bellas (y de esbeltas).
Al fin terminó el show, pero venía lo mejor: la convivencia sana que daría lugar entre las celebridades que ahí se encontraban y todos los demás fabulosos personajes. Nos apresuramos a salir. Me subí a la moto de Ache. Manejó como loco, como siempre. Nos le cerramos a un auto imprudentemente. Afortunadamente aquél auto pertenecía a Efus, quien tuvo la sensatez de frenar y permitirnos vivir unos años más. Llegamos al café de mi casa, el cual ya estaba por cerrar. Insensatamente pedimos nuestras tres respectivas bebidas (para llevar porque ya era muy tarde). Nos dirigimos al parque, tomamos café y platicamos de mil cosas que nada tenían que ver con el glamour, ni la moda.
Al fin terminó el show, pero venía lo mejor: la convivencia sana que daría lugar entre las celebridades que ahí se encontraban y todos los demás fabulosos personajes. Nos apresuramos a salir. Me subí a la moto de Ache. Manejó como loco, como siempre. Nos le cerramos a un auto imprudentemente. Afortunadamente aquél auto pertenecía a Efus, quien tuvo la sensatez de frenar y permitirnos vivir unos años más. Llegamos al café de mi casa, el cual ya estaba por cerrar. Insensatamente pedimos nuestras tres respectivas bebidas (para llevar porque ya era muy tarde). Nos dirigimos al parque, tomamos café y platicamos de mil cosas que nada tenían que ver con el glamour, ni la moda.
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