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De camino a Punta Cometa



“The only people for me are the mad ones,
the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved,
 desirous of everything at the same time, 
the ones who never yawn or say a commonplace thing, 
but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles 
exploding like spiders across the stars.”
Jack Kerouac



Conocí a Dean Moriarty sólo por casualidad. Emprendía mi primer viaje sola y, aunque no era demasiado tiempo, era algo nuevo para mí. Jack Kerouac llegó a mis manos por azar. O no. Había leído muy poco o nada acerca de los beat generation; después llegó a mí una bellísima cita de Kerouac; y, ya en la librería, donde buscaba algo suyo, un hombre que merodeaba me sugirió su novela “El Camino”, en donde habría de leer más tarde la misma cita que me había prendado unos días antes.

Aunque compré el libro mucho antes, no lo leí sino hasta que llegó el día del viaje. La historia trata de un escritor cautivado por la excitante mente de su alocado amigo Dean Moriarty, un tipo con muchas ganas de vivir, termendamente vivaz y con aires de un profeta medio maniaco. Juntos recorren Estados Unidos haciendo autostop.

La primera semana en Oaxaca fue un poco complicada. Las calles estaban, al igual que yo, algo solitarias, así que me sobraba mucho tiempo para pensar, pero eso era justo lo último que quería hacer. Me hospedé en Zicatela, recorrí todas sus calles, tomé clases de surf, visité Carrizalillo y Punta Zicatela. Me fui a Chacahua y después a Zipolite, hasta que un buen día llegué a Mazunte.




En Mazunte no hubo un sólo día en que no viera una sonrisa que se acercara a decir “Hola”. Pronto me hice de un amigo defeño y quedamos de visitar Punta Cometa al día siguiente, lo cual no pasó porque tenía que ocurrir una casualidad inesperada.  

Me encontraba comiendo en un bar contiguo a la playa. Un chico sentado en la mesa de a lado y yo hablábamos por facetime con nuestros respectivos escuchas. La señal era muy mala así que ambos perdimos las voces y colgamos. Nos miramos repelando. Reímos.

Me contó que era documentalista, y que quería proyectar una película suya acerca de un cantante de flamenco que tenía poco reconocimiento pero mucha grandeza. Había salido de Valencia en compañía de un amigo suyo, después habían ido a California y de ahí estaban siguiendo una ruta hacia el sur de México. Venían de la Ciudad de México en una van. Su destino: Tierra de Fuego. 

Le enseñé la novela de "El Camino" sobre mi mesa, preguntándole si la había leído. Me contestó que "sí" con unos grandes ojos inquietos. Le comenté que su historia ameritaba nombrarle Dean y le pareció gracioso. Me recomendó un par de novelas y algunas películas cuyo nombre debí anotar porque las olvidé casi al instante. La plática se extendió y olvidé la cita que tenía con mi amigo citadino. Bajé a buscarlo pero ya se había ido. Regresé a mi mesa y le conté a Dean que mi amigo me había dejado pero que podíamos alcanzarlo. Me dijo que él había quedado de ir a otro sitio para encontrarse con unas amigas argentinas en un centro de yoga, en donde darían una charla de “Kung Fu sexual”.

Me contó que se trataba de un conjunto de prácticas taoístas para vivir y comprender el acto sexual de una manera más plena. Me pareció interesante y me anexé a su plan. Éramos un grupo como de quince personas, en su mayoría chicas. José, el instructor, nos dio una breve cátedra de qué cosas debe hacer un hombre para tardar más tiempo en venirse sin tener que fumar mota, y sin tener que interrumpir su eyaculación de manera abrupta.

Dean se ofreció a ser su modelo sin saber para qué. Lo que hizo José a través del cuerpo de Dean fue enseñarnos cómo puede un hombre estimular a su pareja durante veintiocho minutos (apróximamente), para que ella llegue a un punto de excitación tal que expulse un líquido de placer infinito y desconocido. Jose llevó a Dean al trance. Al terminar la charla hicimos unos ejercicios maravillosos de respiración y Jose y sus amigos invitaron al resto de la clase a compartir unas cervezas y las empanadas más deliciosas que haya probado jamás.

Conversé con una hermosa chica que se hacía llamar "Mar" porque no le gustaba su nombre: Martha. ¡No se lo creía! Y ahí estábamos las dos Mar. Pero esta Mar, que no era yo, era de Cataluña. Era diseñadora de vestuario escénico y llevaba largo rato en México. Formaba parte de una comunidad  en Mazunte, pero pronto se iría hacia el sur a otra comunidad que apoyaba a migrantes centroamericanos. Mar Bufi era una romántica del amor rosado que veía en la monogamia la utopía para todo ser humano.

Estaban también Dean, Samara, y los dos Joses. El Jose que había impartido la charla nos contó que él antes había sido actor porno en España, y que, después de haberse acercado al yoga, en donde descubrió a su actual  maestro de Kung fu sexual, quería compartir lo aprendido.

Me sentía cómoda, disfrutando de una gran cena, desconocidos y Manu Chao. Juro que había escuchado “Próxima Estación: Esperanza” desde tres semanas atrás a ese día. Dean nos contó que Manu Chao lo mataba en sus conciertos. 

Todos nos retiramos acordando vernos a la noche siguiente para ir a bailar. El plan era muy vago pero parecía que nos cruzaríamos casualmente por la calle en algún momento. Dean y yo acordamos ir a Punta Cometa al día siguiente, lo cual tampoco fue posible porque habría de ocurrir una nueva casualidad.

Al día siguiente por la mañana fui a una playa que estaba a media hora de Mazunte. Vi los manglares, algunas aves con sus crías, iguanas y cocodrilos. Comí y me apresuré de regreso al bar donde había quedado con Dean. Estaba casi segura de que habíamos acordado a las seis pero existía una posibilidad de que hubiera sido seis y media.

Esperé hasta las seis cuarenta y no llegó. Aún así me fui sola hacia Punta Cometa, pues era mi último día y no podía no ir por última vez. Tomé algunas fotos. Merodeé hacia la piscina natural que se forma a un costado del pie de la montaña. Estaba el amigo al que había olvidado un día antes con dos chicas, chapoteando.

En una de las protuberancias de la Punta había un chico lejano que tocaba una guitarra lejana. Yo quería ir hacia allá para tomar algunas fotos pero el camino era un poco angosto y me parecía muy alto y rocoso. Llegó una pareja para cruzar y me les uní de inmediato. Me ayudaron a cruzar aunque yo parecía corderito recién nacido. En retribución les hice una serie de fotografías. Ellos me tomaron una de cortesía. Me fui.

En eso el chico de la guitarra me sonrió y supe que lo había visto antes en el pueblo. Le sonreí también y le dije que ese era un gran sitio para tocar la guitarra. Comenzamos a charlar. Armó un cigarro y fumamos. Me platicó que recién había terminado su servicio militar en Israel y que, después de esos tres años, se había venido de viaje a México. Llevaba seis meses aquí.

Extrañamente, le conté de mí. Le dije que a veces era tímida pero que odiaba serlo. Me contó su historia, la cual tenía una similitud inquietante a la mía. Me explicó que mi posición era ridícula e injustificada. Que la timidez estorba, que el miedo estorba y que nada tenía por qué a salir mal. 

Lior tenía unos grandes ojos color miel, largas pestañas y una enorme sonrisa quecompartía con todo el mundo. 
 Era un idealista de tiempo completo. Me contó sus planes con sabor a sueños. Le conté los míos, pero se hizo tarde y ya quedaba poca luz, por lo que tuvimos que regresar al pueblo.

Él no tenía plan así que le conté de la cita vaga que yo tenía. Fuimos a buscar a Mar a la comunidad, pero ella estaba en una iniciación que demoraría un poco. A Samara no la encontramos en el restaurante porque estaba cerrado. Sólo encontré a Dean, quien me recriminó por no haber llegado a la cita de las seis treinta. Le expliqué que no recordaba bien la hora pero que sí lo había esperado. Me tildó de impaciente. Aun así, se disculpó. Me despedí. 

Le conté a Lior acerca del mal entendido. Se burló de mí. Me llamó chilanga y dijo que prefería que le hablara en inglés porque mi español era confuso. Me cuestionó la razón por la cual decíamos cosas como “qué pedo“, “no mames wey”, “simón” y algunas más. Cuando él las dijo me pareció sumamente gracioso así que le contesté que esa era una buena razón para usarlas.

Le expliqué que al día siguiente me iría de vuelta a la ciudad. Compramos cerveza y pasamos la noche tirados sobre la arena compartiendo los pormenores de nuestras vidas. Me contó de su hermana gemela y de su hermano mayor. Él quería ser distinto a ellos, quería ser libre y hacer lo que le gustaba. Se rió de mí muchas veces, argumentando que le parecía graciosa. Lo miré con ojos de desaprobación. 

A la mañana siguiente Lior fue por mí y me invitó a su hostal. Preparó un coctel de frutas de desayuno. Picó plátano, manzana y mango. Sirvió dos platos y les puso yoghurt, miel y granola. Fue sin duda el mejor desayuno que haya tenido. Escuchamos música y charlamos un largo rato. Se hizo tarde.

Me acompañó a mi hostal a recoger mis cosas. Esperó por mí hasta que partiera de Mazunte. Me dijo que iba por buen camino, sonrió y nos dijimos adiós. Me fui camino a la carretera en compañía de unos norteñitos que no me simpatizaron mucho. Llegamos tarde al check in y nos cobraron cargos extra.

Hora y media más tarde me encontraba en el baño del aeropuerto cambiando mis shorts naranjas por unos jeans. Me puse un suéter y salí de camino al metro cargando una enorme mochila con una casa de campaña que ni siquiera había abierto. Estaba lloviendo, y las sirenas de las ambulancias, y el ruido de los coches pasando sobre la acera mojada me daban la bienvenida. Aunque no había pasado nada extrordinario, sentía mis pupilas notablemente disitntas. La ciudad se veía distinta. 






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