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El monstruo sin rostro


La Chapelle
Día con día la bestia se hace más grande, apenas puede mantenerse en pie. Su apetito insaciable devora todo lo que ve a su paso, tragando por tragar, mas no por saciar su hambre. Bebe litros de alcohol, pero no lo hace  para aplacarse la sed, sino para embrutecerse el ceso.
Su outfit se concreta con una playera que exhibe una leyenda: "I love me". Y la porta orgulloso, ególatra. 


Contonea sus enormes caderas al caminar, y su desmedido trasero que, a algunos gusta, a mi parecer resulta grotesco. Ignora lo que ve a su paso, pues se dirige firma hacia sus objetivos mundanos. 

Su ignorancia y desinterés se ven reproducidos fácilmente en un hábito por dimensionar las realidades más frívolas. No hace más que comprar, comprar y comprar. Cuando se agoten las tarjetas, recurrirá a un préstamo, pues lo que le interesa tiene un precio.

Esclavo del aprecio superfluo, del ajetreo cotidiano y de la perfección ególatra del individualista consumado, se adapta al molde de la vida moderna. Su opulencia se traduce en un valor hueco y fácilmente intercambiable, volátil.

Si tan sólo se diera cuenta de que el placer que busca es tan efímero como la durabilidad de sus costosas prendas, tal vez buscaría deleite en algo con mayor permanencia, algo que no se quiebre, que no se descosa.

Si supiera que su huella por el mundo no será la que dejen sus zapatos de diseñador, y que la calidez del hogar no se traduce en una costosa residencia, tal vez buscaría en otro lugar lo que ha ignorado hasta ahora.

Si tan sólo un día se despojara de sus audífonos ensordecedores para reemplazarlos por un diálogo casual con el vecino; si sustituyera el email por la carta o un mensaje en facebook por una visita o un telefonazo; si en el tropiezo matutino causado por la premura se detuviera para enunciar un “lo siento”; o si cambiara el desdeño por un “Buenos días”. Si escuchara, si sintiera, si tan sólo recordara cómo era el mundo antiguo en el que el ser humanos e sabía humano.
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