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Cómo sobrevivir a una socidad feroz sin morir en el intento

"Existance, well what does it matter? I existe on the best terms I can" 
Ian Curtis

Esta es la historia de un desajustado mental. 
Uno de tantos... 

   Toda su vida le habían dicho que era “raro”. Le costaba demasiado trabajo socializar. No comprendía los juegos de sus compañeros ni le interesaba. Las cosas que atraían su atención solían ser cosas del mundo de los adultos. Aburrido. 

Retrato masculino. Heckel.
   Al principio no importaba demasiado pero luego, conforme avanzaba de grado, es decir, conforme crecía, sus diferencias lo marcaron hasta reducirlo al “bicho raro” del salón, de la escuela, de la cuadra y, por supuesto, de las fiestas. Sus padres no entendían por qué Emilio era tan diferente. No era normal que un niño de su edad no se interesara en el deporte; que no tuviera amigos; que no hiciera travesuras; que disfrutara la soledad. Se preocuparon pero decidieron mantener la calma. Tal vez sólo era demasiado tímido. Igualito al abuelo. 

   Hicieron amistad con los demás padres de familia para que éstos invitaran a su hijo a las fiestas; lo metieron al equipo de fútbol con la promesa de que, con ello, le obsequiarían el telescopio con el que tanto soñaba; le compraron videojuegos de carreras, de luchas, y de los extraterrestres que tanto llamaban su atención. Nada. 

   Al ver el afán de sus padres por hacerlo encajar con los niños que sí eran normales, Emilio comenzó a sentirse más extraño que nunca. Intentó acercarse a sus compañeros. Se esforzó por agradarles; se disculpó un sinfín de veces por todos los balones que había perdido en el equipo (también por aquellas otras veces en las que salió despavorido en cuanto veía que el balón se dirigía hacia él); leyó cuidadosamente todos los manuales que contenía cada uno de los videojuegos que sus padres, con tanto cariño, habían comprado para él…. Nada. Estaba destinado al fracaso. Cada intento que hacía por agradarles a los demás agudizaba la respuesta inversa. 

   Sus padres decidieron que Emilio debía asistir a terapia. Algo andaba muy mal y había que arreglarlo. Pasaron ocho largos meses de terapia. La psicóloga les comunicó a los padres de Emilio que, aunque era aún muy joven, podía tratarse de un trastorno de personalidad antisocial o TPA por causas genéticas. Les aseguró que sólo hacía falta continuar con un tratamiento cognitivo para que Emilio se curara. Esto, por supuesto, elevó el costo de la terapia, pero les aseguró resultados satisfactorios y la cura definitiva del terrible mal que aquejaba al pobre chiquillo desadaptado. Lo aceptaron, no sin antes deslindarse de toda culpa acerca del horripilante gen que había venido a estropearles la existencia. 

    Nadie estaba más desconcertado con todo esto que el propio Emilio. Al parecer todos tenían problemas con su forma de ser, sin embargo no lograba entender el porqué. No le hacía daño a nadie; no molestaba a las niñas como lo hacían el resto de los chicos; no disfrutaba sostener peleas para demostrar que era más fuerte que sus compañeros; mucho menos le interesaba besar a las niñas sólo para poder contárselo al resto del salón. Emilio no lograba comprender qué era lo que estaba descompuesto en él. 

   Con el paso del tiempo Emilio aprendió a vivir con la terapia. Le repitieron tantas veces que estuvo a punto de creer que algo en él estaba mal, pero encontró en los libros, el refugio que ni siquiera sus propios padres fueron capaces de darle. Gastaba sus tardes leyendo ficciones, y cuando por fin terminaba de leerlas, cerraba los ojos para imaginar una serie infinita de finales completa y absolutamente inverosímiles. La realidad no le bastaba. A falta de amigos, devoraba letras. 

   Pasaron los años y Emilio terminó por asumirse diferente, especial. Comenzó a escribir. Todas las noches, sin falta, escribía. Comenzó con pequeños cuentos cortos, los cuales se hicieron cada vez más largos; cuentos que se convirtieron en su vida. Encontraba en cada verso su propio reflejo: un pedacito de él que había emanado de su mente para materializarse en algo tangible que comprobaba su existencia. Una existencia que, hasta entonces, había sido rechazada. Al fin de la terapia, la psicóloga diagnosticó a Emilio como apto para reintegrarse en el seno social de una manera plena y normal. Fue el día más feliz para los padres de Emilio. También lo fue para él. Ese mismo día, Emilio les regaló a sus padres su primera novela con una amorosa dedicatoria: 

Para mis padres, 

  Que hicieron de mi enfermedad mi más hermoso tesoro. 


"Inadaptado.

Esta es la historia de un bicho bien raro".

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