Aquel lugar era enfermizo. Las personas deambulaban desesperadas en busca de atención, en busca de ayuda. Y tú y yo ahí, amor, extraviados en medio de una multitud que nos traspasaba.
Te vi temblar mientras susurrabas mi nombre. Acudí a tu llamado lo más rápido que me fue posible en medio de tanta locura, pero aquel escenario tan inverosímil alejó mi mente, la dejó flotando dispersa en algún lado en donde no estabas tú
Te vi temblar mientras susurrabas mi nombre. Acudí a tu llamado lo más rápido que me fue posible en medio de tanta locura, pero aquel escenario tan inverosímil alejó mi mente, la dejó flotando dispersa en algún lado en donde no estabas tú
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Volviste a enunciar mi nombre y me obligué a escuchar. Al verte de nuevo fue como si te viera por vez primera, y por vez primera te amé al instante. Lucías indefenso, y el brillo en tu mirada extraviada provocaba una irrefrenable ternura. El sudor en tu frente destilaba el más suave brillo y todo tú te convertiste en un manojo dócil y amable que se escabullía para entrometerse en mi corazón.
Al primer roce de tu mano helada e inquieta, el más grande temor perpetró mi cuerpo, ultrajó mi mente y al fin me hizo suya. Al ver el dolor en tu mirada lo sentí penetrar la mía. Tus ojos clavados en ningún lado, perdidos en una inmensa oscuridad. No hacía más que mirarte mientras derramabas grandes gotas de dolor, y humedecías tu rostro en agua salada que calmaba tus heridas.
Y desee ser tú para alejar de ti todo mal. Y desee ser Dios y erradicar toda pena de tu alma, la más dulce que haya podido conocer. Y desee con tantas fuerzas poder despertar y ver tu sonrisa rebosante de alegría, de aquella felicidad que emanas, la más pueril en la que me haya podido empapar.
Fue entonces cuando comprendí, amor, que el mundo era minúsculo, y vi el desfile de sombras, de rostros torpes que se alejaban. Y fue entonces cuando escuché, amor, haches reproducidas, mudas, impávidas, y el mundo enteró se desmoronó para abrirnos paso.
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