Hace unas horas que he despertado y mi primer instinto es llamarte. Lo pienso dos veces o tal vez más. ¡No quiero que me rechaces! Cuando lo pienso mucho termino por no hacerlo para terminar hundida en cualquier actividad banal, pero cuando sigo mi primer impulso ¡qué va! ¡A veces resultan momentos grandiosos!
Al fin me he decidido. Salimos por unos momentos para pretender que nada ha pasado y revivir aquellos instantes furtivos que nos han tendido una mañosa treta. Pretendo alcanzarlos. Tomo tu mano, nos miramos fijamente y al fin somos nuevamente aquellos cíclopes enamorados que enuncia Cortázar.
“Y si nos mordemos el dolor es dulce…”
Ahora tan sólo es dolor, y la complicidad se difumina para erigirse como una poderosa muralla, la valla de las viejas rencillas, los sueños frustrados, los intentos fallidos, las mentiras, los celos, el vacío… te desvaneces.
De repente me hallo sola, más sola que nunca antes. Camino en contraflujo y parezco ser un fantasma entre la niebla. Las voces de las personas se arremolinan alrededor mío, todos comienzan a caminar muy de prisa, vienen hacía mí, me traspasan y me pregunto si en realidad existo.Desesperada, busco mi sobra para poder aferrarme a ella y pretender que soy real. Nada. Ni luz ni oscuridad. Nada.
Las voces se tornan cada vez más lejanas, la multitud se reduce a una visión confusa y mi paso se aligera hasta hacerme flotar en la templanza del viento. Tu mirada en mi mente, tu voz erizando mi piel, tu aliento recorriendo mi cuerpo para de pronto dejarme caer en el abismo de la indiferencia y el olvido.
Abro los ojos poco a poco mientras un rayo de luz logra filtrarse a través de las cortinas floreadas que decoran mi habitación. Me dispongo a levantarme pero la pesadez de mi cuerpo me lo impide. Quiero dormir de nuevo para volver a tenerte, aun bajo el riesgo de despertar y sentirte perdido nuevamente porque, prefiero mil veces la añoranza del sabor de tus labios en vez del dolor de nunca haberlos probado.
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